Sin retorno

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Todo pasa

Un summum de los peores vicios de la sociedad argentina. No es casual que el comienzo recuerde a 21 gramos, aquel film de Iñárritu, donde todo empezaba mal y terminaba peor. La estructura coral del film reúne tres historias a priori inconexas. Pequeños detalles desencadenarán una tragedia mayor. Es una lástima que todo ese mecanismo sea puesto en palabras de un personaje a mitad del film ("Si no hubiese puesto hielo en la licuadora...") que termina por enterrar la poca magia que esconde (algo así como la secuencia del "if..." en El curioso caso de Benjamin Button).
Una noche, las vidas de tres personas quedarán inexorablemente entrelazadas, a partir de un accidente, Federico (Leonardo Sbaraglia) será el principal sospechoso por la muerte de Pablo Marchetti (Agustín Vázquez). El padre, Víctor (Federico Luppi), apoyado por una explosión mediática, buscará justicia. El aspecto más interesante (y el más logrado) del film, es ese: como el sistema judicial está tan corrompido como para que nadie tenga el menor deseo de hacer las cosas bien, y como está tan afectado por los medios masivos, como para que todos quieran una solución rápida.
Matías (Martín Slipak), un joven de 22 años, de clase alta, es el verdadero culpable del crimen. No es necesariamente el villano, aunque por momentos reciba el odio de la platea. Su tormento es convivir con ese crimen, taparlo, y hacer cómplice a su padre, en primera instancia. La música de David Julyan por momentos recuerda a Capote, en tanto acompaña los estados de ánimo de los personajes, de una manera muy similar.
Slipak y Sbaraglia son los mejores en la película. Son lo suficientemente buenos como para aportar emociones reales a sus personajes y no convertirlos en meras marionetas del guión. Sbaraglia, que ya ha demostrado su capacidad como actor en Las viudas de los jueves y El corredor nocturno, aporta la carnadura que su personaje necesita luego de una "transformación" que sucede con demasiada rapidez (solamente la mayor elipsis de la película, daba para otro film).
Aún así, con sus altibajos, la ópera prima de Miguel Cohan, tiene algunos aspectos muy destacables. El principal es la manipulación emocional, como decía Hitchcock: el espectador cambia "de bando" sin darse cuenta. Más que claro queda cuando Slipak intenta deshacerse de la prueba del delito.
Aún con todos sus aciertos, me resulta difícil recomendar el film. Cinematográficamente es chato. Hay mucho product-placement, y la hora y media en la que se desarrollan tantas tramas, es poco. Pareciera que todo está apurado (justamente, lo mismo que crítica la película: la sociedad que exige todo de inmediato). Muchas veces se ve la pantalla chica, en la pantalla grande. Da la sensación, por momentos, que esta película parece pensada más para el primer formato que para el segundo.