Sin retorno

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

“Sin retorno” fue dirigida por Miguel Cohan, un debutante en el largometraje. El libro cinematográfico fue producto de la colaboración del realizador y su hermana Ana, hecho bastante inusual e interesante. Cohan exhibe una larga trayectoria como asistente de dirección de Marcelo Piñeyro, por lo que no sorprende la presencia en el reparto de Leonardo Sbaraglia, habitual intérprete en obras del director de “Las viudas de los jueves”.

El acierto del casting no se reduce a Sbaraglia, quien aquí compone a un ventrílocuo de nombre Federico. En una noche cualquiera su vida se cruzará, no literalmente, con Matías (Martín Slipak) y con Pablo Marchetti, el hijo en la ficción, de Federico Luppi. En un acertado montaje paralelo, muy típico de films policiales o de suspenso, veremos cómo el azar juntará a estos tres grupos familiares en un accidente de tránsito, de trágicas consecuencias para la familia Marchetti. Tanto Federico como Matías conducen sendos autos, mientras que Pablo lo hace en una bicicleta hasta cometer el error de detenerse en plena calle, cuando una vereda le hubiese salvado la vida.

Esta especie de prólogo, de adecuado virtuosismo en lo formal, peca sin embargo de cierto carácter previsible de la situación. El espectador estará esperando que pase algo y lo que se puede lamentar, al menos en opinión de este cronista, es que la repetición de un choque se vea como algo forzada. Salvada esta objeción, la película entra en una temática diferente, cuando el falso culpable (Sbaraglia) es acusado de homicidio, mientras que el verdadero responsable (Slipak) zafa del castigo.

Aquí entran en juego inteligentemente los ya mencionados grupos familiares, particularmente los padres de Matías, que componen con precisión Luis Machín y la crecientemente multifacética Ana Celentano (“Las viudas de los jueves”, “Felicitas”, “El mural”, “S.O.S. Ex”). Serán ellos quienes más alentarán el ocultamiento de la verdad. Serán visitados dos veces por un inspector de seguro (Arturo Goetz), quien le afirma en la segunda oportunidad a solas a Machín que “el relato de su hijo es extraño y nos esta ocultando algo”. Claro que acto seguido le propone que “con un veinte por ciento lo arreglamos”, un símbolo de nuestra endeble justicia.

Y será esta misma debilidad judicial la que terminará por condenar a Federico a la prisión, ante su desesperación y la de su joven esposa (la española Bárbara Goenaga, la más floja del reparto). Están bien resueltas las escenas en la cárcel, con personajes como el recluso “Kempes” (muy bien Manuel Longueiras) que tendrá decidida influencia en el sorprendente cambio que sufre Sbaraglia, al que apodará “Chirolita” (Obviamente “Kempes” se autodenominará “Chasman”).

Cuando cinco años después salga de prisión, una idea fija se introducirá en la mente de Federico, quien siente con razón que está en una situación “sin retorno”. Esta parte final será la más contundente y lograda del relato y por respeto al lector no la detallamos y se la dejamos para que la aprecie en toda su magnitud. No saldrá seguramente defraudado y además podrá apreciar como Luppi, a quien los años se la han venido encima, no se ha olvidado de sus célebres actuaciones en algunos films de Aristarain. Sin duda, Cohan se ha dejado influenciar un poco por el notable director de “Últimos días de la víctima”, pero ello no es pecado sobre todo para quien muestra en su opera prima un promisorio futuro.