Sin retorno

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

El ciclista imprudente

Federico (Leonardo Sbaraglia) es ventrílocuo, anima fiestas, se gana la vida como puede, es más bien un cuarentón perdedor sin un horizonte muy ambicioso. Matías (Martín Slipak), en cambio, estudia para ser arquitecto, es joven y vive de joda. Pablo, por su parte, es tatuador y en su mirada se nota cierto desencanto.
Una noche, luego de cenar con su padre, Pablo regresa a su casa en bicicleta, mientras Matías deja por un rato una fiesta en busca de otra licuadora para preparar tragos y Federico termina una actuación. Todos salen en sus respectivos vehículos, con diferentes destinos por las desoladas calles porteñas cuando otro destino, el inexorable, hace que Pablo se distraiga juntando unos papeles que se le cayeron en medio de la avenida. Federico no lo ve, y choca contra su bicicleta y luego de discutir se va, dejando a Pablo puteando y tratando de enderezar el rodado cuando de pronto el auto que maneja Matías lo embiste, y ahora sí, Pablo queda tirado en el pavimento, en mal estado.
La situación parece algo tirada de los pelos, inverosímil tal vez, y lo que sigue en la trama oscilará entre acertados apuntes acerca de la justicia y derivaciones algo caprichosas. La cobardía de Matías al no hacerse cargo de haber matado a un hombre, apoyado por su inmoral padre (Luis Machín), derivará en el castigo al inocente Federico, que luego de purgar una condena buscará algo más que venganza.
No hay mucho por destacar en el filme, al menos desde lo estético; su cinematografía es más bien mediocre. Es la parte actoral la que salva el asunto, con sólidos trabajos de Machín y Federico Luppi, como el padre de Pablo que busca justicia.
El director opta por usar un cartel que indica el tiempo transcurrido entre un acto y otro, recurso simple y directo que evita caer en situaciones que distraerían del eje, pero que sólo el talento de Leonardo Sbaraglia salva. Su actitud corporal y su mirada, sólo esos elementos, alcanzan para saber que pasaron años, que fueron duros y que ya no es el que era. Mientras el resto del elenco y su entorno no alcanza ese nivel, Sbaraglia consigue solito que el tramo final del filme valga la pena. Y eso ya es bastante, aunque no suficiente.