Sin nada que perder

Crítica de María Paula Rios - Cinepapaya

David Mackenzie nos trae un neo western con atracos a bancos, incontables tiros, gran sentido del humor y a su vez un drama desolador.

Desde la primera secuencia de Sin Nada Que Perder, el director dará cuenta que veremos un film con elementos que remiten al género americano por excelencia: el western. Dos hombres encapuchados, a pura adrenalina, asaltan un banco ubicado en un pueblo del sur profundo de los Estados Unidos. La destreza es poca, el apuro mucho, y es así que escapan en un vehículo robado, al que más tarde enterrarán para no dejar rastros.

Esta es la presentación de los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), quienes se dedican a robar bancos, no por avaricia ni diversión, sino por una situación que presenta pocas salidas. Una hipoteca, de años sin pagar, apremia sobre la hacienda rural familiar. La madre de los hermanos ha fallecido y le ha heredado las tierras a sus nietos, los hijos de Toby.

Por su parte Tanner salió recientemente de prisión y solo acompaña a su hermano en este plan porque lo quiere y porque desea que la nueva generación de la familia crezca sin apuros económicos. En contraparte al dúo delictivo, están los Texas Rangers Marcus (un notable Jeff Bridges) y Alberto (Gil Birmingham), que los perseguirán de condado en condado sin tregua.

Marcus está a un paso de retirarse, pero el mismo oficio y el miedo a la soledad, hacen que esta opción se dilate. Como un viejo sabueso, será una especie de guía para su compañero, además de intuir todo lo que pueda llegar a suceder en la zona de los atracos.

En Sin Nada Que Perder, el western se recicla y se fusiona con otros géneros como el cine de acción, el thriller y hasta el mismo drama. Los extensos planos que se pierden en la llanura del desierto y se funden con el polvo, registran la inclemencia del clima en una tierra sin ley.

David Mackenzie, también, tiene la habilidad de retratar a las duplas que transitan este espacio con empatía. Ninguno de ellos es demasiado bueno, ni demasiado malo, y todos sus actos tienen un motivo de redención. De forma clásica, sencilla y austera, esta película pone en relieve, no solo una construcción narrativa impecable, sino también a una sociedad más resquebrajada que el piso estéril del propio desierto.