Sin hijos

Crítica de Nicolás Viademonte - Función Agotada

Cambio de planes

Ariel Winograd estrena Sin Hijos, su cuarta comedia al hilo, destacando que esta es su mejor película hasta ahora. Winograd había demostrado buenas intenciones en sus anteriores obras, de hecho en Mi Primera Boda había bocha de situaciones cómicas dilapidadas, pero siempre perduraba una sensación de no terminar de exprimir las situaciones generadas. Con Sin Hijos, en cambio, hay un aprovechamiento máximo de los escenarios que desarrolla el film a lo largo de su metraje.

Gabriel (Diego Peretti) está separado hace varios años. Más allá de sus ocupaciones laborales, todo el resto de su vida gira en torno a Sofía (Guadalupe Manent), su hija de 9 años. No tiene aspiraciones amorosas y cada cita que se le presenta se encarga de demostrar nulo interés por la conquista. Hasta que un día el amor toca la puerta de su negocio (?) y se encuentra con Vicky (Maribel Verdú), un amor inconcluso y desencontrado de la adolescencia. El flechazo es instantáneo y la relación comienza a fluir rápidamente. Nada parece socavar el creciente enamoramiento, solamente el “pequeño detalle” que Vicky no tolera a los bajitos (Xuxa dixit) y Gabriel en respuesta a esta “fobia” decide cambiar de planes y ocultar a su pequeña hija de ella.

Winograd y Mariano Vera (guionista de esta comedia romántica/familiar) proponen un esqueleto de situaciones consecuentes que son explotadas en grande. Toma el escenario adverso de la historia y lo transforma en un compendio de circunstancias hilarantes que van construyendo un hermoso camino hacía la felicidad. Las situaciones van desde una particular cena donde Peretti realiza una especie de monologo sobre las actividades de su hija, pasando por el primer encuentro sexual con Verdú donde niega la existencia de la pequeña Manent y finalizando en ese emocionante y totalmente autoconsciente cierre a lo Hugh Grant en Un Gran Chico (About a Boy, de Chris y Paul Weitz).

Todo encaja perfecto en Sin Hijos. Todo tiene que ver con todo y ese todo indivisible conforma una trama. Si alguna escena es quitada de la película, esa armazón se desajustaría y automáticamente perdería coherencia o lógica narrativa. Las grandes películas de cine clásico presentan ese encantador atractivo y Sin Hijos se encuadra en esa tradición. El ejemplo más claro de la bella usanza clásica presentada es como la apertura del film es encuadrada e introducida en la escena crucial hacía el final de la película. Eso es el cine clásico, que lindo es la puta madre. Y es justamente en ese citado patrón donde se demuestra algo formidable: la seguridad narrativa de Winograd y el consistente guión de Vera, más allá de la destreza mostrada por ambos en las incontables secuencias cómicas que funcionan en la película.

Si alguna escena es quitada de Sin Hijos, la película perdería automáticamente coherencia y lógica narrativa.
Diego Peretti es sin dudas uno de los pocos actores de la escena nacional capaz de generar carcajadas sentado en una cama y repitiendo “No hablar de Sofía” una y otra vez. Peretti es una estrella, un crack de la actuación que vuelve a exponer otra vez sus caudalosos ríos de carisma al servicio del cine. Y qué decir de Maribel Verdú, la bella actriz española deambula por la pantalla a sus 44 años con una presencia y un magnetismo asombroso. La no traición de su personaje, demostrada con el gag lucido y consecuente de la pelota escondida sobre el final, es otro argumento a favor de la claridad de Winograd. Otro de los principales atractivos de Sin Hijos son las apariciones secundarias de la debutante Guadalupe Manent y el ya instalado Martín Piroyansky.

Podemos dormir (o sonreír) tranquilos, el cine mainstream argentino tiene en Ariel Winograd (o también en Piroyansky por nombrar de nuevo al actor/realizador mencionado arriba) un director que entiende muy bien a la comedia y principalmente que sabe cómo contarla. Si bien sus anteriores películas no estuvieron a la altura de la que aquí nos ocupa, hay en Sin Hijos una evolución de su cine que no hace más que pronosticarle el mejor de los futuros. Y no hay nada mejor que ese futuro nos encuentre nuevamente, con sonrisas de por medio, en una sala de cine.