Sin hijos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Enredos y desencuentros

Comienzo. Gabriel (Peretti) y Vicky (Verdú) coinciden en el trámite del DNI. Coinciden, porque para que se encuentren todavía falta, y ese encuentro y sus dificultades serán la base de la película. Pero en esa coincidencia inicial Sin hijos exhibe sus fortalezas: timing cómico en función de las neurosis y la definición de los personajes, diálogos que se refuerzan con gestos que son exactos, pero que no se enfatizan, situaciones con sentido y solidarias con un armado mayor, una cohesión a la que se llega por claridad conceptual, por la nobleza con la que se entiende el trabajo sobre el género.

El remate de la secuencia inicial exhibe un defecto recurrente de la cuarta película de ficción de Ariel Winograd: aparece la esposa de Gabriel embarazada, y la caracterización exagerada desde el aspecto y el maquillaje nos dicen que Sin hijos se preocupará en exceso por hacerse entender. Sin ese defecto estaríamos ante un exponente local de la comedia romántica de una grandeza y excelencia inusuales. Porque Sin hijos no solamente es la mejor película de Winograd, es una comedia romántica que plantea sus conflictos con la seguridad de saber qué está contando, cómo contarlo y en qué tradición se encuadra.

Para esta historia de padre divorciado y con hija, que se enamora de mujer fóbica a los niños, Winograd y su guionista Mariano Vera disponen un armado, una red de puntos que hacen sistema. Los personajes principales son lógicos y consistentes sin ser rígidos; los secundarios -especialmente los exactos Piroyansky y la niña Manent- disponen de situaciones y diálogos de especial brillo. Los lugares elegidos resaltan una Buenos Aires bella, pero sin falsedades, e incluso las numerosas publicidades no son arteras. Para construir una ciudad -y un campo- de espacios agradables pero sin disfrazarlos, Sin hijos sabe que tiene que variar, moverse. Ese movimiento y esa variedad se sostienen, otra vez, en la claridad de las situaciones, trabajadas en función de personajes que no se traicionan. Esa claridad, y ese trabajo seguro, convencido, también se relacionan con la solidez de las fuentes: ésta es una película de un director que vio, procesó y aprendió grandes comedias de las últimas décadas. El film remite de forma directa a Un gran chico (2002) de Chris y Paul Weitz, con un final en el que Peretti hasta imita la postura de Hugh Grant. Y, además, en la caracterización de hombre quieto y mujer en movimiento, nos recuerda a Mi novia Polly (2004), película dirigida por John Hamburg en la que Ben Stiller y Jennifer Aniston ponían el cuerpo a una de esas comedias -cuyos posibles defectos se diluyen a alta velocidad- que renuevan constantemente sus credenciales, que permanecen gracias a su decisión de trabajar para honrar un género, como lo hace Sin hijos.