Sin escape

Crítica de Diego Lerer - Clarín

El hombre que corre

El alemán Benjamin Heisenberg cuenta la historia real de un maratonista que también era ladrón.

El planteo suena absurdo. Tanto que, más de uno, al escuchar la historia podría pensar que se trata de una comedia. Pero no. Nada más alejado que eso es Sin escape , la película del alemán Benjamin Heisenberg titulada originalmente El ladrón y presentada en competencia en Berlín 2010.

El filme alemán se basa en una historia verídica que transcurrió en Austria en los ’80, años en los que Johan Kastenberger se convirtió en un famoso maratonista. Lo que nadie sabía es que Johan aprovechaba esa velocidad también... para robar bancos. Era inalcanzable y sus talentos se combinaban a la perfección. Pero, pese a eso, las cosas no eran tan simples.

Johan es un hombre solitario que casi no habla con nadie y sus relaciones son mínimas o pasajeras. Se puede decir que correr es una forma de fugarse hacia ninguna parte y que ambas actividades (maratón y robos) son maneras de experimentar la adrenalina de estar vivo y, a la vez, escapar de un mundo en el que no está a gusto.

La película tiene elementos de cine de acción, pero con cuentagotas. Un largo robo, extraordinariamente filmado, será la pieza central del relato, la que lance a Johan hacia su mayor desafío “atlético”. Un hombre que ya pasó por la cárcel, que no tiene cómo insertarse socialmente, se ve casi forzado a volver a sus hábitos. Y pese a que intenta detenerse –y hay una mujer que podría ayudarlo-, le es imposible resistirse a la tentación.

Sin escape es un silencioso drama sutilmente psicológico en el que casi nada se explica de sus motivaciones. Cualquiera que haya corrido y sentido la sensación que eso provoca –la adrenalina, el silencio, la idea de que uno está en su propio viaje personal- podrá adentrarse en esta historia en la que hay menos explicaciones y más la transmisión de un estado de desesperación, de angustia, pero también de extraña libertad.

El título local, igual, es certero. De uno mismo no hay escape, por más rápido que se corra, por más que evitemos enfrentarnos a la realidad. El ladrón/corredor es un ejemplo de esa compulsión a fugarse de todo lo que sea rutina, responsabilidad. Y este estudio “bressoniano” sobre un hombre que huye es la manifestación visual perfecta de esa metáfora.