Sin escape

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El deporte es salud.

Johann Rettenberger viene de pasar varios años en prisión. Las primeras imágenes de Sin Escape lo muestran corriendo metódicamente en el patio del edificio penitenciario y luego en una cinta instalada en su celda. Cuando sale de la cárcel sigue entrenando, se inscribe en la maratón de Viena y triunfa. Su obsesión por correr parece contener la ilusión de rehabilitarse para la sociedad y sanar los errores que en el pasado lo condujeron a prisión. A esta altura del relato, las convenciones genéricas (y sociales) estipulan la redención del protagonista por el deporte. La película, por suerte, elige otro camino y el hombre reanuda lo que se supone son sus malas prácticas. El protagonista roba bancos de manera primitiva: solo, con la cara cubierta y armado con un fusil. Su talento como corredor de fondo le permite escapar de la policía. Pero Johann no quiere dar un gran golpe y retirarse, él roba bancos (muchos bancos) como una adicción necesaria para su equilibrio. El personaje genera una fuerte empatía a pesar de que la película rechaza una caracterización psicológica convencional, creíble y tranquilizadora. Johann Rettenberger roba por deporte.

Sin escape es una suerte de policial extraño, fascinante, casi melvilliano en su esquema: pocos diálogos, sentimientos apenas sugeridos y escenas de acción filmadas con el cuidado de colocar fuera del campo los lugares comunes de las películas del género. Como si lo espectacular fuera (al igual que el traveling según Godard) una cuestión moral. La larga secuencia de los múltiples robos es impactante y está dirigida con una precisión y una dimensión física admirables. La huida final es puro movimiento, montaje y tensión; y contiene uno de los grandes momentos cinematográficos del año: la magnífica persecución cuesta arriba en un bosque donde los policías, reducidos a pequeñas luces en la oscuridad, delimitan a un fugitivo que se les escapa sin cesar.

La negación de una psicología clásica no le impide a la película tener, a pesar de todo, un itinerario moral desesperado. El encuentro de Johann con una joven que ignora sus actividades en el sector financiero lo forzará a enfrentar, demasiado tarde, sus sentimientos. La belleza lacónica y sensual de las escenas de sexo confirma la habilidad de Heisenberg para filmar cuerpos en movimiento. Pero el protagonista es incapaz de ubicarse en la sociedad, es un marginal permanente que necesita huir, un hombre de acción concreta y veloz. El magistral ritmo de Sin escape se sostiene porque el director nunca explica las motivaciones de su héroe. El misterioso ladrón es puro presente y la película lo retrata con nervio y coherencia hasta el último suspiro.