Sin escape

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

Una historia real puede ser un buen film

Basada en la novela Der Räuber de Martín Prinz, que se convirtió en best seller, Sin escape narra la historia de un ex convicto que sale de prisión luego de haberse preparado concienzudamente para participar de maratones varias. Su condición atlética es notable y pronto se convierte en una revelación deportiva pero hay una pulsión dentro Johannes Rettenberger que lo impulsa al delito.

Así, no sólo ganará la maratón de Viena marcando un record sino que además reincidirá en su otro deporte: robar.

Lo que resulta francamente interesante de esta historia que podría ser una más es el modo en que Johann Kastenberger construye las secuencias en las que el vértigo es doble, por un lado las carreras de velocidad y por otro la carrera delictiva de Rettenberger, en un buen trabajo de Andreas Lustque, enfundado en un máscara vuelve a las andadas y retoma un viejo vínculo con Erika, interpretada por Franziska Weisz que tiene como cualidad sobresaliente la prescindencia que este sujeto asume frente a todo aquello que no le genere la secreción suficiente de endorfinas para sentirse vivo. Correr y robar son el núcleo de su existencia, el resto es accesorio.

Su vida consiste en huir tanto de sus atracos como de sus competidores y también del pozo oscuro que es su existencia. La cámara realmente eficaz de Kastenberger nos hace correr junto a él, logrando el objetivo de que simpaticemos con un ladrón que hace del escape el eje de su existencia.

Puro vértigo sin lugares comunes ni chicanas, hacen de Sin escape una opción cercana al film noir acuñado por Nino Frank, de significado muchas veces vago, pero que encuentra en esta película mucho de sus caracteres predominantes: delito, motivaciones ocultas o imprecisas, un modo de construir antihéroes queribles y sobre todo los finales inesperados.