Shirley

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Una escritora que usa el deseo como disparador creativo

La historia de la escritora Shirley Jackson, considerada una referencia de la literatura del género de terror, es abordada desde la mirada sutil de la directora Josephine Decker. Aunque quizá para muchos sea una desconocida, Jackson es la escritora de novelas que son una referencia en los relatos asociados al misterio y al suspenso. Entre los más icónicos están “La lotería” y “La maldición de Hill House”, que posiblemente sea el más popular. En el film “Shirley”, la realizadora tuvo el plus de contar con una protagonista ideal, como es el caso de Elisabeth Moss (conocida por su personaje protagónico de “El cuento de la criada”), quien maneja una galería de matices interpretativos que van de la perversidad a la debilidad. Por momentos, Moss compone a una Shirley que genera tanto rechazo como ternura. La película narra el derrotero de Fred y Rose, una pareja que está en su mejor momento, con las endorfinas al máximo después del casamiento, y deciden ir a vivir provisoriamente a la casa del profesor Stanley (el marido de Shirley), quien es una suerte de tutor en la residencia académica del joven. Pero cuando llegan a esa casa, en una alejada localidad estadounidense, es todo raro. Porque Shirley, quien goza de la admiración de Rose (gran papel de Odessa Young) está encerrada en su pieza, no puede escribir una línea, no sale a la calle porque padece fobia, y no socializa con casi nadie. Encima Stanley apadrina a Fred pero compite con él y lo destrata. Pero cuando van pasando los días de convivencia, Shirley comienza a sentirse atraída por Rose. En ella verá a la amiga que no tiene, pero también a alguien que le mueve el deseo. Y ese deseo se puede disparar para la pulsión sexual en un juego de seducción que también moviliza a Rose, pero también para la creatividad. Y Shirley, en medio de los devaríos de su mente y mientras sortea como puede la presión de su esposo para que termine la novela, parece manejar las situaciones a su antojo. Pero con una particularidad: va del disfrute al sufrimiento en décimas de segundo. En ese devenir se luce Moss, quien sabe pintar a su personaje con una máscara de dulce desequilibrio. En la novela de Shirley hay un relato sobre una joven que desapareció en esa localidad, y esa ausencia también se mezcla en la voz en off en la que hay textos de una futura novela. Por momentos el guión confunde, porque no está en claro ni quién habla ni a quién se dirige. Con todo, dan ganas de meterse en esta historia.