Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

En el sur también se hace buena animación

Según parece, allá por 1703, cruzando el Cabo de Hornos, el marinero Alexander Selkirk, o Selcraig, fue abandonado en una isla desierta del archipiélago Juan Fernández, donde se las ingenió para sobrevivir y estar cada vez más cómodo. Cuatro años después, otro barco lo rescató y lo devolvió a su pueblo, convertido en un héroe. También parece que Daniel Defoe se inspiró en él para escribir su novela de aventuras y reflexiones filosóficas «Robinson Crusoe». Y no parece, sino que es cierto, que Walter Tournier se inspiró en él para hacer la muy agradable película de muñecos que ahora vemos.

Para quien no lo conoce: Tournier es un maestro en el arte y la gloriosa artesanía de la animación con muñecos de plastilina. «Nuestro pequeño paraíso», la serie de micros «Los Tatitos», la campaña de una empresa uruguaya de lácteos, «Yo quiero que a mí me quieran», cantado por Rubén Rada, que pasaba «Caloi en su tinta» con todo entusiasmo, son algunos de sus trabajos más difundidos. Ahora quiso hacer un largo. En todo el continente, el último largo con muñecos era el «Martín Fierro» del colombiano Fernando Laverde, 1989. Tournier consiguió una ONG holandesa y organizó un taller donde se forjaron cinco ayudantes, a los que se sumaron su directora de arte Lala Severi, una animadora argentina y uno cubano. Un grupo chico, que hizo a tamaño chico un trabajo enorme de piratitas, animalitos, maquetas, utilería, etc., etc., y luego movió todo eso con gracia.

Así vemos las aventuras del cantinflesco cocinero Pupi el Acido, La Peste Bullock, y otros hombres de mar, entre ellos Selkirk, pícaro que vive para esquilmar al prójimo, hasta que las circunstancias le cambian la mentalidad. Esas aventuras incluyen una terrible tormenta digital, el motín de una planta que quiere apoderarse del barco, tipo «El día de los bífidos», la cacería de una cabra, y también, inesperadamente, la cortina de «Almorzando con Mirtha Legrand» y otros chistes. Se han divertido haciendo esta película don Walter y sus muchachos, y esa diversión se transmite a la platea. Eso sí, tarda un poco en arrancar, pero después entretiene sin pausa. Reparto de méritos, ya que se trata de una coproducción. De Uruguay, guión, dirección, diseños, construcción de personajes, escenografías y maquetas, rodaje, canción de piratas y murga final. De Chile, la idea motora del productor Fernando Acuña, el mar, los fondos y efectos especiales en computadora 3D. Y de Argentina, el storyboard, las voces, grabación, montaje, banda sonora, efectos de sonido, tema musical y postproducción. Claro que todo cuesta: entre los tres países hicieron la película en dos años, pero antes pasaron ocho tratando de conseguir la plata.