Secuestro y muerte

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

En el caso de Secuestro y muerte no hacer nombres propios no universaliza el conflicto, sino que generaliza, para mal. Resta entidad sin aportar ambigüedad.

El filme de Rafael Filipelli, con guión de Beatriz Sarlo, David Oubiña y Mariano Llinás, convierte un hecho apasionante y de enorme relevancia política, como el fusilamiento del General Aramburu en un hecho vacuo, casi intrascendente.

La abundancia de diálogos, donde los personajes explican su accionar y su código ético, terminan restando en vez de sumar. En verdad, es por lo menos llamativo que el personaje –junto con sus argumentos- más atractivo y definido sea el del general secuestrado, quien posee una justificación ética y moral para sus acciones. Esto no captaría tanto la atención si los personajes de los secuestradores tuvieran un desarrollo apropiado. Pero es todo lo contrario, son figuras sin relieve, meros enunciadores de un discurso arbitrario, sin sustento y con referencias incoherentes.

En lo que se refiere a no explicitar los nombres propios, como el de Perón, Aramburu, Montoneros o Evita, termina siendo por lo menos una decisión desafortunada. No universaliza, sino que generaliza, para mal. Resta entidad, aunque no aporta ambigüedad. El giro ideológico que termina evidenciando es claramente hacia el gorilismo más rancio. Incluso, un juego de palabras supuestamente chistoso sobre Perón evidencia una falta de rigor y respeto por lo que se está contando que podría pasar por infantil si no fuera porque no son precisamente nenitos de pecho los que están detrás del filme.

Hay secuencias interesantes, es necesario aclararlo. Más que nada las referidas a los interrogatorios, donde se establecen los duelos de ideas más rescatables. Pero en verdad, lo que termina prevaleciendo es un reduccionismo de los eventos, una banalidad de la política, como si el posmodernismo intelectual en su peor versión se pusiera a ver displicentemente, sin contextualizar históricamente. El poder de la imagen queda aplastado y la palabra nunca alcanza validez.

Nunca hay pasión y compromiso. Y cuando hablamos de compromiso y pasión no nos referimos a poner a Federico Luppi puteando o a Alterio gritando que vale la pena estar vivo. Sí rescatar el riesgo que transmitía, por ejemplo, la trilogía policial de Aristarain. El cine político argentino actual sigue sumando cuentas pendientes.