Secuestro y muerte

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Crímenes y pecados

Poco o mucho importa -de acuerdo con la ideología política que se la juzgue- que Secuestro y muerte (proyectada en la edición número 12 del Bafici) recree la crónica de las últimas horas del general Pedro Eugenio Aramburu (interpretado por Enrique Piñeyro) tras ser capturado por una facción de los Montoneros (Alberto Ajaka, Esteban Bigliardi y Agustina Muñoz), quienes luego de ensayar una suerte de juicio por considerarlo responsable del fusilamiento de 50 militantes y de la desaparición del cadáver de Evita, terminaron matándolo en la clandestinidad e inaugurando con este episodio de sangre un capítulo negro de la violencia política en los años 70.

Como su título lo indica, el opus de Rafael Filipelli tiene como punto de partida la acción de un secuestro a un militar de alto rango y como punto de llegada el desenlace esperado. Sin embargo, lo que sucede en el medio de estas dos zonas representa la riqueza de esta película como si el director, apoyado por el guión de Beatríz Sarlo, Mariano Llinás y David Oubiña, se metiera a bucear en otros intersticios: los de la historia política argentina sin caer en la egolatría discursiva, sin embellecer con mirada romántica a sus criaturas y despojándose de cualquier juicio sobre los hechos y de toda bajada de línea ideológica.

Lejos de ser solemne y complaciente, Filipelli consigue mantener el equilibrio de fuerzas en su trama que prácticamente se desarrolla en interiores y en un acotado espacio, concepto que refuerza simbólicamente entre otras cosas la idea de encierro porque la ideología también es un encierro prematuro de la mente.

Por su originalidad en el abordaje de un tema histórico muy poco visitado por el cine argentino y por su convicción y confianza en un guión lo suficientemente amplio para proponer una mirada reflexiva debería ser obligatorio que Secuestro y muerte se exhibiera en la televisión pública y no simplemente en la pantalla grande.