Secuestro y muerte

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Las consecuencias

Las consecuencias siempre son inevitables y ese pareciera ser el punto de partida y llegada de Secuestro y Muerte (2010), último opus de Rafael Filipelli (Música nocturna, 2007) junto a un dream team que encabezan entre otros Mariano Llinás (Historias Extraordinarias, 2008), Beatriz Sarlo y David Oubiña en el guión, Inés de Oliveira Cézar (El recuento de los daños, 2010) como directora asistente y Alejo Moguillanzky (Castro, 2009) en el montaje. Ante tanto talento junto uno no tiene más que esperar lo mejor. ¿O no?

Secuestro y muerte es un artificio acerca de lo que fue el secuestro, seguido por el enjuiciamiento y posterior asesinato de un ex general de la Argentina, que no se puede dejar de asociar con Aramburú. No debe considerarse a la película como una película histórica con datos reales, ni tampoco que los acontecimientos sucedieron tal como se los muestra, sino que es una versión libre sobre un hecho real (o no) en donde el verdadero centro de la trama está en las consecuencias atraídas por un hecho en el que cada una de las partes tendrá cierto grado de culpabilidad.

Desde las primeras escenas vemos como cuatro personajes se caracterizan frente a una cámara estática, indicadora de que desde ese momento todo lo que se expondrá en la pantalla será una puesta en escena y no algo real. La secuencia siguiente mostrará el secuestro pero narrado desde la artificialidad. Quién busqué un verosímil es esta escena no lo encontrará ya que no es el propósito de la película que así sea. De ahí en más y con ambos indicios buscar realismo será una tarea difícil y meramente ilusoria.

Filipelli nos ofrece una puesta en escena con algo de teatralidad. Planos construidos con un minucioso cuidado no sólo en lo estético sino también en lo espacial y temporal nos ofrecen esa artificialidad que la historia plantea desde su narrativa y que la forma elegida para manifestarla acompaña. Escenas en donde cada detalle está cuidado al extremo, cada movimiento resulta milimétrico y cada plano encuentra un sentido, alcanzando una puesta justa en donde todo tiene un sentido tanto desde lo cinematográfico como desde lo narrativo. La cámara quieta y el travelling lateral encuentran la justificación de su uso, a pesar de que por ahí algunos acusen a estos dos elementos de quitarle ritmo y de provocar morosidad en el relato.

Desde lo ideológico el film no juzga ni redime a unos ni a otro, sólo se enfoca en las consecuencias de los hechos y porqué cada uno hizo o hace ciertas cosas. Ambos bandos actúan a favor del pueblo y, según ellos, lo que al pueblo le conviene ¿Pero eso es lo que quiere el pueblo? En esa pregunta es en donde radica la esencia de Secuestro y Muerte y puede ser trasladada a toda la historia argentina pasada y actual. El supuesto hecho que se narra es una metáfora para poner en crisis las dicotomías que siempre desunieron a los argentinos y que provocaron consecuencias irreparables.

Con un guión conciso, lleno de preguntas hacia el espectador, en dónde lo cinematográfico está muy presente, pero también lo sociológico y político, Secuestro y Muerte, puede resultar una película molesta, impropia para estas épocas, extraña, pero nunca indiferente. Habrá quiénes la consideren repulsiva y quienes crean necesario que el cine alguna vez se decida a hablar sobre las consecuencias que provocan ciertos hechos, sin culpables ni inocentes.