Secuestro y muerte

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Tiempo final

Rafael Filipelli se centra en la captura y condena de Aramburu.

Secuestro y muerte es lo que dice su título. Pero no sólo por lo que narra, sino por cómo lo narra. Más una película de tesis que un drama psicológico convencional, el filme de Filippelli funciona como una puesta en escena de un conflicto, despojado de toda metáfora y subrayado. Y esa sequedad y rigurosidad es la que lo hace interesante y logrado.

La película cuenta, paso a paso, cómo pudo haber sido el operativo en el que Monteneros capturó y luego condenó a muerte al General Aramburu, en 1970. La película no expresa simpatías concretas porque la puesta en escena no está armada en ese sentido ni las actuaciones (o diálogos) buscan la empatía del espectador. Lo que se intenta es exponer las dos posiciones posibles de un debate.

Mientras Aramburu trata de justificar los fusilamientos de José León Suárez o lo que pasó con el cadáver de Eva Perón, el juicio popular va hacia su destino conocido. De cualquier manera, más allá del ángulo político con el que uno vea el filme, Secuestro y muerte excede esos debates para transformarse en un relato de una espera.

Gran parte de la narración se centra en los cuatro secuestradores, sus charlas, sus silencios, sus juegos, sus nervios. Filippelli no busca construir tensión entre los miembros del grupo ni generar suspenso. El tiempo de espera incluye algún juego, una discusión (sobre si la llegada del hombre a la Luna es verdad o mentira) o una charla sobre cómo preparar una liebre para la cena. Y eso es todo.

La película jamás apuesta al naturalismo y las actuaciones son sobrias, secas y funcionan en el registro riguroso y desapasionado que pide el filme.

Secuestro... es arriesgada y potente. Filipelli va a un grado más básico y primal de las relaciones políticas: la puesta en escena de ideas, el debate, la contradicción. Es un buen proceso para volver a recorrer desde el principio.