Secuestro y muerte

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

En esta película que recrea -con muchas libertades- el secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu por parte de Montoneros en mayo de 1970 (a partir de un guión escrito a seis manos entre Beatriz Sarlo, Mariano Llinás y David Oubiña) jamás se nombran a la víctima, a los victimarios ni a Evita, ni a Perón. Sin embargo, en el film de Filippelli hay personajes que se parecen mucho a figuras de la realidad (Fernando Abal Medina, Norma Arrostito), mientras que el Aramburu que encarna Enrique Piñeyro con ridículo bigote postizo no guarda demasiada similitud física con el líder de la Libertadora.

Decisiones estéticas (e históricas) aparte, Secuestro y muerte pendula entre distintos registros y búsquedas sin anclar en ninguno: se pretende un ensayo sobre un momento clave (la presentación en sociedad de Montoneros y el inicio de una larga saga de violencia política), un retratro sobre la relación secuestradores-secuestrado (se queda a años luz de la notable Buongiorno, notte, de Marco Bellocchio) y un registro sobre los tiempos muertos (antes de la muerte) que en esos pasajes me hizo recordar a Los últimos días, la película de Gus Van Sant sobre Kurt Cobain (donde tampoco se lo nombra).

Pero vamos a lo que seguramente inquietará a más de un lector: ¿se trata de la película "gorila" que muchos auguraban? Sin caer en el ridículo, cabe indicar que aquí el Aramburu lúcido y conciliador domina la escena y queda mucho mejor parado que los cuatro jóvenes "imberbes", que llevan adelante el "juicio revolucionario" sin demasiado sustento más allá del de arrogarse la supuesta representación del pueblo.

A mí -que no tengo demasiadas pasiones puestas en estas viejas antinomias- me hizo más ruido el tono ampuloso, lo recargado de los diálogos entre Aramburu y los jóvenes montoneros que el sentido político de los mismos. Es decir, me molestó más el "cómo" que el "qué". A Filippelli parece no importarle demasiado las actuaciones (las marcaciones, la credibilidad) y, así, por momentos se despega por completo del naturalismo para ofrecer parlamentos que resultan recitados de frases "célebres" escritas por su esposa y colaboradores.

Frente a lo altisonante de los interrogatorios del juicio, me quedo con el "mientras tanto", con esos tiempos muertos en los que los secuestradores fuman, cocinan, escuchan la radio o recitan poemas. Momentos todos magistralmente fotografiados por Fernando Lockett (el equipo técnico-artístico está integrado por un verdadero dream-team de la FUC) que retratan la tensión, la angustia, el miedo y las contradicciones que rodearon a aquellos hechos que transcurrieron en una perdida casa de campo de La Pampa, pero que tuvieron una onda expansiva que se mantuvo durante buena parte de la historia reciente generando heridas que, parece, todavía no han cicatrizado del todo.