Samurai

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Tradición, desarraigo y soledad

Al despojarse de primera mano del anclaje histórico o más precisamente de la reconstrucción episódica de los acontecimientos que anteceden la historia de Samurai, el realizador Gaspar Scheuer, quien ya había incursionado con su opera prima en la épica gauchesca El desierto negro (2007) –inspirada desde lo literario en el cuento del mendocino Antonio Di Benedetto que años después también fuera recreado en Aballay de Fernando Spiner-, propone al espectador un viaje, mezcla de onírico con reflexión, acerca de la condición de los descastados, estableciendo un paralelismo conceptual entre el destino de la tradición samurai y la del gaucho atravesado por la crisis de la tradición en aras del progreso.

Para tal propósito y desde el punto de vista narrativo, el director imagina la historia de una familia japonesa en el siglo XIX, exiliada tras el proceso de restauración imperial, que por un lado busca mantener la tradición y las raíces en la figura de un anciano (Kazuomi Takagi) para legarle a su nieto Takeo (Nicolás Takayama) la misión de encontrar al último samurai, Saigo Takamori, personaje histórico real que fuera responsable de una revolución para defender el honor de sus pares y muerto en batalla tras las enormes ventajas del ejército enemigo que contaba con poder de fuego, episodio reconstruído por hollywood en el film protagonizado por Tom Cruise.

A partir de la introducción del mito que rezaba que Saigo estaba vivo y escondido en el campo argentino comienza el derrotero de esta interesante película donde se entrelaza también el contexto de la Guerra del Paraguay a partir del testimonio viviente de un soldado que perdió sus miembros superiores, Poncho Negro (Alejandro Awada), quien se cruzará en el camino iniciático del protagonista.

En ese periplo por locaciones reales, entre ellos San Luis, donde dialécticamente se tensa la cuerda invisible entre tradición y progreso, los personajes aparecen delineados con fuertes marcas en lo que a idiosincrasia y maneras de pensar se refiere, con un cuidado trabajo en los diálogos y los léxicos, uno de los puntos fuertes del guión también escrito por Scheuer con la colaboración de Fernando Regueira.

La relación entre Takeo y Poncho Negro marca desde lo simbólico el choque cultural pero también se hace carne en pantalla y pivotea por diferentes estados emocionales y psicológicos que dan marco a los conflictos de manera sutil.

Samurai abraza los códigos del western con una impronta muy personal que da un espacio privilegiado al tratamiento de la imagen; los encuadres prolijos y una virtuosa fotografía a cargo de Jorge Crespo para que lo paisajístico cobre un verdadero sentido dramático y se integre al lienzo de este cuadro rico en matices, que aporta al cine argentino nuevas maneras de mirar la historia desde otros colores, recupera la fuerza de la imagen como parte de la dinámica del lenguaje cinematográfico para generar en el público un vínculo sensorial que trascienda la intelectualidad y permita desarrollar la sensibilidad por algo que parece alejado u olvidado, pero que vive en la memoria.