Romeo y Julieta

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Una pareja pasteurizada y sin química

Periódicamente, el cine vuelve a la clásica historia de Shakespeare. Ahora, a casi 20 años de la versión de Baz Luhrmann, el director Carlo Carlei encaró una producción con Douglas Booth, Hailee Steinfeld y Paul Giamatti.

Como bien se sabe, los Montesco y los Capuleto son dos familias poderosas que se odian apasionadamente en Verona y es tal la rivalidad, que el príncipe que gobierna la ciudad les ordena que cesen las disputas para conservar la paz del lugar. En ese contexto, el joven Romeo (Douglas Booth), heredero de los Montesco, que cree en el amor más que en la guerra, en busca de una mujer se arriesga a asistir a un baile de máscaras en el palacio de los Capuleto, un evento organizado por los dueños de casa (interpretados por Damian Lewis y Natascha McElhone) para que su hija Julieta (Hailee Steinfeld) conozca a Paris (Tom Wisdom).
Pero en el baile, apenas revelando los ojos a través de sus máscaras, Romeo y Julieta se conocen y el mundo desaparece, para dar paso a un amor tan puro que no repara en rivalidades, deseos y arreglos familiares e ignora todos los signos que lo condenan a un final trágico desde el principio.
Por supuesto, se trata de una nueva versión del clásico de William Shakespeare –se supone que el escritor ubicó la historia a fines del siglo XlV–, dirigida por Carlo Carlei (Fluke, La corsa dell’innocente) a partir del guión que adaptó Julian Fellowes (La reina Victoria, Gosford Park, también responsable del guión de la extraordinaria serie británica Abbey Dowtown).
A casi 20 años del último abordaje relevante de la más famosa historia de un amor imposible, cuando el barroco Baz Luhrmann hizo lo suyo con unos muy jóvenes Leonardo DiCaprio y Claire Danes en Romeo + Julieta, la versión del italiano Carlei no tiene la intención de resignificar nada y ofrece una puesta convencional, que incluso parte de la base de que todo el mundo conoce la historia.
Así, en escenarios suntuosos pero que la cámara muestra sin vida, los personajes desgranan sus líneas, desde varios registros diferentes. Es notable lo flojos que están Stellan Skarsgård y Damian Lewis frente al buen trabajo de Paul Giamatti (el mejor como el fraile Lorenzo que idea el defectuoso plan para que los amantes sigan juntos) y Natascha McElhone. Pero más allá del mayor o menor empeño que cada uno de los actores transmite desde la pantalla, es el oficio del elenco el que sostiene a los endebles protagonistas, una pareja sin química, en un relato que no logra transmitir la pasión del texto original y parece ser una versión simplificada, pasteurizada y televisiva dirigida al público de la saga Crepúsculo.