Ritual

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Se teme a lo que no se conoce. También, a lo que no se ve.

En los filmes de terror puede suceder, entre tantas otras cosas, que cuando el motivo, el ser, el ente o lo que fuere que imponga el miedo aparezca, se desvele su apariencia, nos relajemos. O no.

Bah, que el monstruo o lo que sea, más que terror infunda poco miedo. Apenas un temor. La nada. O risa.

No es lo mismo Tiburón que Piraña, y lo que sucede en El ritual es que la razón del terror no sólo tarda en verse, sino que también pasa mucho metraje hasta que el público se entera de que hay que temerle a algo. O alguien.

El ritual arranca con una reunión entre amigos que fueron compañeros de estudios, pero ya están crecidos. Uno quiere entrar a comprar alcohol, otro lo acompaña, hay un robo y el que acompañaba muere, sin que su amigo haya hecho nada por ayudarlo, ya que permaneció escondido.

Culpa y redención, los sobrevivientes emprenden un viaje y terminan en un bosque. Y lo que pasa allí es más que lo que suele suceder en la típica película de terror con la cabaña en el bosque. Hay un ritual, sí, como indica el título.

Pero hay mucho más.

Rafe Spall es el acomplejado compañero, el que ante cada situación de riesgo no parará de decir: “No te voy a abandonar”. Ver para creer.

Exponente del terror británico, que ha tenido una muy buena escuela, la película también se diferencia en que no se basa en un guión original, que acumule muertes o ataques, sino en una novela. La estructura, así, ya está dada. Y el director David Bruckner supo dosificar el suspenso.

Hay algunos clisés de los que no se ha podido escapar (la torcedura de pie; la pesadilla nocturna), pero en El ritual todo desemboca en un final para muchos inesperado.

¿No es un aliciente cuando pagamos para ver una de terror?