Ritual sangriento

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Para comerte mejor...

Una película sobre el canibalismo es siempre una experiencia límite. Una gran película sobre el canibalismo es una rareza y -por qué no- hasta una proeza. Si bien podríamos incluir en este subgénero a films de inmensa popularidad y reconocimiento crítico como El silencio de los inocentes, pocas veces historias con estos alcances y connotaciones salen bien paradas. Los excesos, la provocación, la explotación y el morbo suelen ganarle por goleada a la inteligencia y el talento. Por suerte, no es este el caso.

Basada en el largometraje mexicano Somos lo que hay (2010), de Jorge Michel Grau, esta remake de Jim Mickle tiene otro infrecuente mérito: supera al original. El film arranca con la muerte de la madre (en la película de Grau era el padre) de una familia tradicional de la zona de Catskill. Las dos bellas hijas, Iris (Ambyr Childers) y Rose (Julia Garner), y el pequeño Rory (Jack Gore) quedan al cuidado del patriarca Frank Parker (un contenido y al mismo tiempo temible Bill Sage), que continúa con unos extraños rituales que tienen su orígenes religiosos en el siglo XVIII.

Lo que sigue -no conviene adelantar demasiado de la trama- es un exponente de horror gótico construido con rigor y destreza, con climas ominosos (hay un excelente trabajo de fotografía en pantalla ancha que remite al cine de Terrence Malick y Jeff Nichols), tensión y suspenso (se lanza una investigación por la sucesiva desaparición de varios habitantes del pueblo).

Lejos del cine de terror contemporáneo alimentado a fuerza de efectos visuales concebidos en la posproducción, Ritual sangriento apuesta a la narración, a la psicología de los personajes, a ricas observaciones sobre el fanatismo y la dinámica de una familia enfermiza, y se sostiene gracias a las impecables actuaciones, a citas literarias y a un logrado dispositivo visual, sonoro y musical.

No será, claro, un típico cuento de hadas para esta época navideña (hay varios momentos chocantes y perturbadores), pero sí un verdadero hallazgo dentro de una temática que hacía presumir otra cosa. A veces, por suerte, los prejuicios quedan sepultados por el buen cine.