Reconstruyendo a Cyrano

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sensible mirada al teatro independiente

Eduardo de la Serna, coautor de aquel lindo retrato de un cineasta amateur que fue "El ambulante", sigue ahora los esfuerzos de un hombre del teatro independiente para reponer una de sus obras. La presentación dice mucho: vemos al hombre del teatro independiente contando acerca de esa obra nominada a tres premios, mientras al mismo tiempo le cambia los pañales a su hijo más chico. Nada de bohemia, ésta es la vida real.

El es Pablo Bontá, la obra es "Cyrano. Un vodevil franco-argentino", los actores eran dos e igual se pelearon. A partir de ahí, en sucesivos capítulos (Una nariz, Otra nariz, El acero, El penacho, Un cuerpo) nos enteramos de lo que pasó, conocemos al reemplazante del actor que se fue, y seguimos los preparativos de una nueva puesta hasta la noche del estreno. Eso incluye anécdotas, ensayos, juegos y paseos con los niños, comentarios del director, los actores, el vestuarista, el maestro de esgrima y el ambientador musical, un viaje al interior y, sobre todo, la metamorfosis del nuevo actor.

El muchacho tiene un aire afable. Pareciera que da más para hacer de Christian el lindo que de Cyrano el narigón. ¿Podrá un ñato cargar con la furia del naricísimo infinito, como dijera Quevedo en su soneto? Eso se pregunta el director. En boca del joven, los versos tomados de Rostand, orgullosos y desafiantes, se tiñen de romántica melancolía, sensación acentuada por la música de Erik Satie que acompaña casi toda la película.

Pero ahí es donde intervienen las enseñanzas, la práctica, la espada, la caracterización, y el hábito que hace al monje. Y los versos, bien seleccionados. El veterano Enrique Iturralde y Diego Freigedo se transforman así en Monsieur Laveli (con una sola ele, casi alter ego de Bontá) y Enrique Flores, derivado Monsieur Fleury, que encarna a Bergerac en el Teatro del Abasto. Y la sala del Abasto se transforma por un momento en una sala de otros tiempos, y en cuanto quieran transformarla los artistas al menos por una noche con su ilusión y su fuerza de convicción, y su autor sufriendo detrás de bambalinas, esperando la guillotina o los aplausos.

No ganan nada estos artistas, económicamente hablando. Tampoco el director de la película, que se tomó el trabajo de registrar e hilvanar sus esfuerzos. Pero quizá sea como dice el Cyrano, "es más hermoso cuando se lucha inútilmente". Y eso de inútil, en estos casos es materia opinable. La impresión se desvanece junto al eco de los aplausos. Sin embargo lo que vemos llega a tocarnos un tanto el corazón.