Reality

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Es raro ese saltamontes. Parado en el borde de la moldura alta de una pared de esa habitación. No hay saltamontes en Nápoles. ¿Podemos suponer que en los ojos de ese saltamontes haya una, tal vez dos microcámaras que observan sin que nos demos cuenta?

Con un poco menos de 4 minutos de un plano secuencia inicia Reality, esta pelicula italiana de Matteo Garrone, un plano único sin corte que comienza a su vez con un gran plano panorámico de la ciudad de Nápoles, y le sigue uno general, siempre aéreo y sin corte, de una calle donde una carroza con caballos blancos va siguiendo un recorrido hasta toparse con unas rejas blancas. Hasta allí, cierta ambigüedad de los tiempos que se genera por el contraste entre el espacio contemporáneo y la puesta estilo siglo XVIII. El dorado y el rojo son los colores que marcan lo que pronto se descubre como una fiesta de casamiento. Con toda la exhuberancia y excitación de una fiesta de casamiento.

Jamas renuncien a sus sueños!! Arenga Enzo, el ex integrante de la Casa del Gran hermano contratado como “showman de un minuto” para saludar a los novios. Buena parte de toda esta primera secuencia de la fiesta, a la que se recomienda prestar especial, atención o volver mas no sea mentalmente, impone el ritmo general de la película: en contenido y en forma. La historia de una obsesión espectacular y la intromisión constante de un lente voraz que se mueve al ritmo de sus criaturas.

La fiesta termina con el regreso a casa de los integrantes de la familia de Luciano a la zona antigua de Nápoles, una cámara intrusa con una aparente continuidad sin corte espía los demaquillajes, el despojarse de las ropas de fiesta, a partir de allí los dorados van a estar asociados a los reflejos en las paredes ruinosas, o los de las paredes de la iglesia, tambien al shopping donde Luciano va a tener su revelación: a partir de allí el verdadero teatro es la ciudad de Napoles y sus plazas cerradas con los puestos de venta. El verdadero teatro es el estudio de Cinecitta, catedral felliniana por excelencia, es tambien la calle nocturna con los feligreses y sus velas junto al Coliseo romano una noche previa a Pascua, es el mundo y nosotros somos los actores como alguna vez dijo Vondel, en pleno barroco, claro.

Nada de lo que vaya pasando en las escenas sucesivas va a estar de más. Un in media res permanente que habrá que volver a redescubrir con una segunda mirada. Por ejemplo: ¿para qué sirve ese robotito que compran los ancianos y Luciano va a buscar una y otra vez.? El film entra y sale de aquello que no dice, que no explica, que no es evidente. Pero al contrario de evidenciar el temor a no quedar claro, los pequeños detalles se van a ir superponiendo hasta resultar todo un pastiche, evidentemente simbólico, diría.

Lo que viene después para Luciano, un vendedor de pescado que completa sus ingresos vendiendo electrodomésticos que previamente compra a jubilados, es una historia alucinada de una obsesión por entrar al gran show de la postmodernidad televisiva global: el Gran Hermano. La única cura parece ser entregarse a Dios. Y allá ira a escuchar el sermón del sacerdote que alerta de la tentación por lo virtual, del mundo de las apariencias. Y alla irá Luciano a sostener la vela en la noche romana viendo al otro gran espectáculo que es la Iglesia.

Luciano es interpretado por Aniello Arena, un actor que solamente el cine italiano puede dar: Arena, de 44 años, está cumpliendo una sentencia de cadena perpetua sin libertad condicional, acusado de “masacre”. Arena es un asesino a sueldo de la Camorra napolitana, asesino de tres miembros de un grupo rival que había estado tratando de empujar la droga, en un terreno de su clan. Un tipo preso que sale para hacer una pelicula que trata sobre estar obsesionado con estar encerrado.

Hay algo más irreal que la realidad? Quizás sea verdad que hay un saltamontes observándonos Sino, qué importa?

Les dejo la banda sonora de Alexandre Desplat para Reality