Quiero matar a mi jefe

Crítica de Julián Tonelli - A Sala Llena

Sin factor sorpresa.

Quiero Matar a mi Jefe reúne un elenco de lujo. La certeza a priori de presenciar excelentes actuaciones abre, a su vez, un espacio de duda acerca de cómo el guión las aprovechará. Incluso los personajes parecen corresponderse con sus intérpretes. El relato se centra en Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis), tres amigos con un problema en común: los jefes. El primero trabaja en una compañía financiera y sufre constantemente los abusos del sádico Sr. Harken (Kevin Spacey, quien encarnó un papel similar en la notable El Factor Sorpresa). El Segundo es asistente de una dentista ninfómana (Jennifer Aniston) que lo acosa incesantemente. El tercero disfruta su trabajo como inminente heredero del adorable señor Pellit (Donald Sutherland) en una empresa de químicos hasta que éste sufre un infarto y muere, dejando el negocio en manos de su hijo detestable y cocainómano (Colin Farrell). Una noche, luego de tomar unos tragos, los amigos deciden terminar con el sufrimiento y deshacerse de los tiranos. ¿Lo lograrán?
Según la opinión de quien escribe estas líneas, obras como Quiero Matar a mi Jefe deberían procurar, desde el principio, un mínimo de sentido común en sus protagonistas. ¿Cómo hacer, sino, para lograr una identificación por parte del espectador, cómo hacer para sorprenderlo, para divertirlo? En este sentido, la película de Seth Gordon falla estrepitosamente. Los tres amigos son tan idiotas que irritan. La dimensión sideral de su estupidez nos subestima. Por ejemplo, la escena en que irrumpen en la mansión del hijo de Pellit mientras este no está. En un pequeño desquite personal, Kurt decide pasarse por el ano el cepillo dental de su jefe. Sabemos que el objetivo último de la misión es matar al dueño de casa, sabemos que las huellas de ADN quedarán plasmadas en el cepillo. Es demasiado obvio que esto va a suceder, pero claro, no para el pobre Kurt.
El humor negro y zarpado que sobrevuela la trama podría remitir a los hermanos Farrelly y a Apatow, pero sólo de manera superficial. Las criaturas de dichos realizadores resultan atractivas por una sensibilidad que nos permite creer en sus intenciones, lo cual no ocurre en el film de Gordon. Son tan insoportables estos tipos que, por momentos, parecen justificar el maltrato de sus jefes. Como en tantas otras películas que lo tuvieron en su elenco, Kevin Spacey se lleva lo mejor. Su performance es desopilante. En cuanto a Colin Farrell, uno podría pensar que nació para interpretar el papel de reventado si no fuera porque el irlandés ya demostró su versatilidad en varias ocasiones. Lo peor queda para Jennifer Aniston, que hace lo que puede con un personaje muy flojo. Como Bateman, Day y Sudeikis, la estrella de Friends termina siendo víctima de un guión en el que, por cierto, las mujeres son tontas o fáciles, sin término medio.
Por otro lado, se introduce la actualidad del gran país del norte en clave de comedia. Nick, Dale y Kurt deciden matar a sus respectivos empleadores porque eso les sería más fácil que buscar otro trabajo. La recesión, se sabe, golpea duro en la economía del hombre común (o, venido el caso, de la mujer común, a recordar sino a Cómo Eliminar a tu Jefe, aquella gran comedia de 1980 con Dolly Parton, Jane Fonda y Lily Tomlin). Una premisa tan interesante podría haber motivado un desarrollo distinto y sin dudas más humano. Acaso una mala versión de Los Tres Chiflados, lejos queda Quiero Matar a mi Jefe de lo que podría haber sido.