Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Crítica de Fernando López - La Nación

Es la misma historia de siempre contada de otra manera, dice Alberto Laiseca en una de las numerosas oportunidades en las que aparece en cámara, dueño y señor del relato, para conducirlo, comentarlo, incorporar sus acotaciones ácidas, maliciosas y a veces cáusticas, y para regocijarse en la comprobación de que las criaturas de ficción que ha sometido a una curiosa prueba corroboran con sus conductas el acierto de su desencantado diagnóstico sobre el mundo. Basta que un diablo -o algo parecido- meta la cola para que el hombre -en este caso, un argentino mezquino y mediocre, pero el juicio le cabe al ser humano en general, según se ve sobre el final- saque a relucir sus bajezas y miserias.

Para contar de otro modo "la historia de siempre", es decir, la historia de esa pequeñez irremediable, se recurre a un componente fantástico: un ser inmortal; alguien que hace muchos siglos fue mercader en Marruecos y adquirió esa insólita condición al ser alcanzado no por uno sino por dos rayos sucesivos. En su eterno peregrinaje por el mundo, el cínico caballero de acento español (Eusebio Poncela) llega a Olavarría, "un lugar donde no pasa nada", e irrumpe en la vida del más gris y desdichado de sus habitantes para proponerle un extraño acuerdo que no le llevará más de cinco minutos de su existencia real, el tiempo de ir hasta un quiosco y volver a casa. Le dará una montaña de dólares a cambio de que viva otra vez diez años de su vida, a su elección.

Sin que el guión le proporcione excesivo ingenio, Ernestito (un excelente Emilio Disi) volverá a su juventud y aun a su infancia, lo que justificará que haya guiños irónicos o burlones sobre la historia reciente del país, mientras en la mirada de Laiseca, Cohn y los Duprat la pintura de los personajes se hace más negra y más cruel.

Más allá de lo discutibles que puedan resultar las ideas del film y el lugar desde donde se las enuncia, esta nueva obra de los autores de El hombre de al lado se resiente sobre todo por el formato elegido: lo narrado verbalmente se impone sobre la acción y muchas veces confina a las imágenes (plásticamente impecables) a una función apenas ilustrativa. En tales condiciones, se amortigua todo lo que la propuesta del viajero inmortal (y del cuento) podía tener de provocativo.