¿Qué culpa tiene el tomate?

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Hola. Déme unos segundos que respiro profundo. Me relajo, tomo un té de tilo. Cuento hasta diez…

Listo. Ahora sí.

Duodécimo documental argentino que se estrena en 2011. Una tendencia que ya lleva años de crecimiento, apuntalada por los festivales DerHumALC y DOCA con sus respectivas ediciones en el primer y segundo semestre de cada año respectivamente.

Supongamos (y ojala que así sea) que ya existe un público ávido por el material que entrega este género. Por un lado la tendencia debería ir creciendo en cantidad, y por el otro los realizadores de documentales (y ojala que así sea) deberían crecer en la calidad de sus materiales.

Para hablarle de “Qué culpa tiene el tomate” permítame focalizar la atención por un momento en la cuestión de las intenciones, o sea en lo qué pretende el director, en este caso los siete realizadores, con su documental, vele decir cuál es el tema que lo impulsa a preguntarse cosas, y luego prender la cámara.

Lo que supimos por la gacetilla de prensa, y por alguna que otra nota en los diarios, es que esta producción pretende mostrar “…cómo los alimentos pueden pasar de la tierra a la mesa. A través de esta documentación emerge todo un cuestionamiento de la comercialización en grandes cadenas de venta y distribución”. Convengamos que la propuesta es por demás interesante. Sobre todo porque idea de Alejo Hoijman, impulsor del proyecto, fue ir más allá de Argentina y convocó a seis realizadores para que cada uno abordara el tema, filmara en su país y enviara su visión de la cuestión.

Sin embargo nada de esto ocurre aquí. No hay un sólo momento en el que aparezcan las grandes cadenas que funcionarían como el contrapeso de la información, y de las imágenes que muestran siete mercados de estilo, Mercado Central, en siete países distintos. Ni siquiera un comprador (de los cientos que aparecen) que, por ejemplo, compare los precios.

“Qué culpa tiene el tomate” tiene su inicio en Misiones, Argentina, donde por única vez se muestra, con imágenes realmente bien logradas y sin ningún diálogo, el proceso que sigue el cultivo de la tierra, desde un pequeño segmento en una selva virgen que a fuerza de machete se convierte en terreno apropiado para siembra y cría de animales que, una vez procesados por la pareja que vive allí, son llevados a un mercado común en donde se venden.

A partir de ese buen comienzo de unos 12 minutos, se lleva a cabo el resto de la película que consiste en un concierto de redundancias repitiendo seis veces más lo que ya vimos, pero en distintas geografías: Bolivia, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela y Cataluña (en ese orden).

Ante nuestros ojos desfilan una y otra vez etnias, productos, armado de puestos, dialectos, mujeres con bebés vendiendo fruta o verdura, gente comprando y algunas imágenes de personas bostezando (con quienes me sentí muy identificado).

Según el realizador y el país a veces hay un seguimiento a personajes pintorescos que están institucionalizados dentro cada predio, lo que ayuda a levantar algo de la monotonía, como por ejemplo aquel buscavidas simpático en el segmento correspondiente a Brasil, o el carnicero catalán y sus técnicas de regateo.

“Cuando la comida va de la planta a tu mesa sin el Súper en el medio…” dice el eslogan de la película. Pareciera que la compaginación pretende que esto se decodifique e interprete, simplemente por mostrar la rutina de trabajo de los mercados en Latinoamérica. Es interesante que en algún momento todos los directores hayan puesto su ojo en la presencia de objetos de santería alusivos a la Virgen María, como una suerte simbolizando la esperanza dentro de lo sacrificada y dura que es la vida en este sector de la sociedad. Pero es demasiado poco para un ritmo tan lento.

Leí por ahí que Hoijman les pidió a los otros realizadores que evitaran los diálogos y las entrevistas. Por suerte un par de ellos no le hizo caso y son los únicos momentos en los que la obra aporta un poco más a poner luz sobre el planteo original de evidenciar la diferencia de precios entre canales directos y terciarizados. Si es por eso, es verdad que el tomate no tiene la culpa. El espectador tampoco.