QTH

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Los ecos difusos de la paranoia bélica.

El Canal de Beagle está en el vértice austral del triángulo deforme que dibujan los límites de la Argentina. Gracias a su ubicación en la puerta de entrada de la zona antártica, tuvo una importancia geoestratégica enorme a lo largo la historia. Basta recordar el conflicto fronterizo con Chile durante los 70. Tenía su lógica pensar en una avanzada militar inglesa durante la Guerra de Malvinas, cuyo teatro de operaciones estaba a apenas unos cientos de kilómetros. Más aún cuando se comprobó que, lejos de la pasividad soñada por Galtieri y sus secuaces, los ingleses vendrían con todo. Sobre esa sensación de incertidumbre, de tensa espera, trabaja el realizador Alex Tossenberger en QTH, en lo que es el segundo intento casi consecutivo (Soldado conocido sólo por Dios se estrenó en abril) del cine argentino por iluminar las zonas más desconocidas de la guerra.

La primera escena es una larga toma aérea de paisajes sureños invernales que culmina en una base militar a la vera del Canal, acompañando el camión que lleva a dos flamantes colimbas a su lugar de servicio durante las siguientes semanas. Uno es un tucumano inocente y medio infantil, y el otro un “nene bien” universitario, porteño, evidentemente ilustrado. El suboficial a cargo es un ser siniestro, violento y amante del maltrato psicológico al que Osqui Guzmán, de probados pergaminos en el terreno del teatro y el stand-up, construye mediante una sobre gesticulación que empuja su trabajo a un terreno casi cómico. Cómico y pantanoso, porque esa apuesta despierta una simpatía por el “villano” que no se condice con el aire de denuncia que propone el film. Y además es una simpatía incoherente con el personaje, en tanto que no irrumpe como una herramienta para hacer mejor el trabajo –como en el jerarca nazi de Christoph Waltz en Bastardos sin gloria– sino como una cuestión de personalidad.

Ellos tres y un cabo (Jorge Sesán) llevan adelante el día a día de la base y cumplen una misión en principio sencilla: controlar el tráfico marítimo preguntándole a cada barco su “QTH”, término que en el argot de las radiocomunicaciones refiere a la ubicación desde donde se transmite. El único contacto con el exterior es una radio. Desde allí escuchan cómo los comunicados oficiales de prensa pasan del triunfalismo a la certeza de una derrota, volviendo concreto el temor a una invasión. Pero justo cuando los ecos de las balas parecen resonar más cerca, se callan. No le hubiera venido mal a QTH más vuelo e imaginación a la hora de ilustrar desde su montaje y puesta en escena cómo la paranoia bélica erosiona las bases de la convivencia y aumenta las tensiones internas del grupo. Ir más allá de los fundidos a negro como única manera de separar escenas o los primeros planos para mostrar conversaciones. Impecable en sus rubros técnicos, QTH es una película sobre la espera y la locura a la que, paradójicamente, le falta locura.