Prometeo

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

La pregunta por el Ser

Por Matías Gelpi

Ridley Scott es un director generalmente muy pretencioso, lo que explica la irregularidad de su filmografía. Autor de algunos bodrios y pifies como Robin Hood y Hannibal, se ganó su prestigio componiendo dos grandes películas de ciencia ficción a fines de la década de los 70 y principio de la de los 80: Alien en 1979, con guión del querido Dan O’Bannon, y Blade Runner en 1982, adaptando a uno de los grandes novelistas del genero, Philip K. Dick. Y como todos queremos el retorno a un pasado que recordamos feliz, Scott intenta (o le sale) en Prometeo una pre-historia de Alien, de Blade Runner, de su propia filmografía y de la humanidad. Todo esto que suena tan interesante, no convierte necesariamente a Prometeo en una gran obra maestra, sino en un film (como diría José Pablo Feinman) profundamente filosófico, que con sus limitaciones a cuestas, se pregunta por el origen y obtiene algunas aterradoras respuestas.

En Prometeo se comienza contando la historia de los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), quienes descubren cierta analogía entre pinturas y arte rupestre de diferentes lugares del mundo creados en diferentes épocas. Al parecer, todas las obras muestran un mapa intergaláctico, un sistema solar donde, según estos científicos protagonistas, pueden estar los creadores de la vida (sobre todo humana) en la Tierra. Por supuesto viajan allí y en ese lugar repleto de misterios comienza la aventura.

Siempre va a ser tentador buscar las respuestas a la existencia fuera de nosotros: siglos de pensamiento, sistemas filosóficos y teorías científicas tienden a la conclusión de que nada tiene un verdadero sentido. Simplemente estamos, pero podríamos no estar. Mejor se lo explica Nanni Moretti a uno de los obispos de su maravillosa Habemus Papa, cuando le cuenta que la belleza del darwinismo es que demuestra la posibilidad de la existencia de la vida con una carencia absoluta de sentido. Y a esa búsqueda tentadora se lanza Scott en la nave Prometeo, viajando distancias imposibles arriesgando la vida sólo para preguntar ¿por qué?. Tal es esta angustia, que por eso los personajes del film están incómodos mientras viajan, pues saben que hay posibilidades muy altas de encontrarse con que todo en lo que elegimos creer no sea más que caos y nada. Y para recordarles a nuestros personajes lo que es jugar a ser Dios, deambula por la nave un androide llamado David, interpretado por el siempre sólido Michael Fassbender. Es decir, la parte explícitamente “Blade Runner” de esta historia. David es una maravilla tecnológica que imita y mejora la vida humana de manera altamente eficiente, y es una de las paradojas más interesantes del film: los humanos lo hicieron esencialmente porque podían hacerlo, entonces quizás nuestros creadores no tuvieron más pretexto que este para crearnos. De lo que se desprende que Darwin estaba equivocado y que ¡tenía razón Erich Von Daniken! Somos la creación de unos seres de las estrellas increíblemente poderosos que no tenían ningún pretexto, ni motivo trascendental para crearnos. Resultado: angustia y mas angustia.

Entonces: ¿logra Ridley Scott convertir todo esto en un film que valga la pena? Sí, Prometeo vale la pena, más allá de cierta falta de ritmo y de alguna actuación floja como la de Noomi Rapace. Además es finalmente una precuela indirecta de Alien, aunque esa historia sea algo lateral en el film.

Podemos decir que Scott sale bien parado con este proyecto, inmiscuyéndose una vez más con la ciencia ficción, género que le sienta bien. Y no deja que su recurrente solemnidad se apodere de todo, dejando espacio para la asquerosidad, el terror y, por supuesto, la angustia.