Prometeo

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

EN EL ESPACIO, NADIE PUEDE ESCUCHAR TUS PREGUNTAS

¿De dónde venimos? ¿Para qué estamos en el mundo? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Existe (un) Dios? ¿Quién creó a nuestro creador? Si hay algo para destacar en PROMETEO (PROMETHEUS) es la forma en la que contagia a los espectadores la misma sed de conocimiento que tienen los protagonistas. Actualmente, no son muchos los films que te dejan pensando una vez que terminan de pasar los créditos y eso es digno de mención. El problema es que un montón de buenas dudas no son suficientes para hacer una buena película: aquí hay un débil desarrollo de los personajes y una falta de suspenso (especialmente en la segunda parte). Esto último resulta curioso si tenemos en cuenta que PROMETEO es una precuela de ALIEN (1979), que si hay algo que la caracterizaba era el bueno uso del “no mostrar demasiado”. PROMETEO muestra demasiado en ciertos aspectos (por ejemplo, su contundente inicio, que no deja lugar a las dudas del espectador y resta sorpresa a la historia), pero no dice todo: eso no está mal, a menos que se haga en exceso. Es que, además de que el guión presenta demasiadas ambigüedades, sólo hemos visto la mitad de la historia: tanto el director Ridley Scott como el guionista Damon Lindelof han confesado que la idea, desde el principio, era hacer un relato en dos partes y ese final, demasiado abierto, lo confirma. Así, muchas de las preguntas que se plantean en el film sólo llevan a más preguntas.
Es el año 2093 y la tripulación de la nave Prometeo despierta luego de más de dos años de sueño inducido. Entonces, se les informa el objetivo del viaje: deberán descender en la luna LV-223 para tratar de encontrar a los Ingenieros, unos aliens que serían los responsables de haber creado a la raza humana, según las investigaciones de los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green). Entre los tripulantes se encuentran el resolutivo androide David (Michael Fassbender) y la arrogante Meredith Vickers (Charlize Theron), quien está a cargo de la misión.
Hay en PROMETEO un puñado de buenas actuaciones: Fassbender logra otorgarle todo el carácter de artificialidad que requiere David, el personaje más interesante de la película: nunca podemos saber en que está pensando el androide y eso, sumado a las intrigantes frases que expresa, a veces da más miedo que cualquier criatura alienígena. Theron, por su parte, cumple en el rol de hacerse odiar como la soberbia Vickers. Rapace no es la nueva Ripley, aunque tampoco parece que se haya buscado eso desde el comienzo: Shaw se muestra más indefensa que la protagonista de ALIEN, por lo menos hasta el tramo final, pero la actuación de Rapace no es lo suficientemente intensa.
PROMETEO plantea el interesante debate de la ciencia contra la fe (algo que también estaba presente en “Lost”, serie de TV co-creada por Lindelof), aunque a veces las reflexiones y las referencias religiosas parecen algo forzadas y, en ocasiones, pretenciosas. Las preguntas planteadas (las filosóficas y las relacionadas con el guión de la película) acompañarán al espectador al salir del cine, como si hubiera sido infectado por el virus de la duda: hay quienes disfrutarán eso, pero no todos. Además, los fanáticos de ALIEN podrán entender algunas cosas sobre el misterioso Space Jockey y tendrán nuevas piezas para añadir al rompecabezas de la saga. Sin embargo, todavía faltan cosas por decir.
La película cuenta con atractivos diseños de la maquinaria, de los paisajes extraterrestres y de las grotescas criaturas: es en estos tres aspectos donde se notan algunas de las referencias visuales a ALIEN. A eso se le puede sumar el buen uso del 3D (especialmente cuando se desata una feroz tormenta) y una acertada puesta de cámara del director. En PROMETEO lo que no convence del todo es el guión, que no dejará satisfechos a la mayoría de los espectadores. Antes, el guionista Damon Lindelof ya había querido demostrar con “Lost” que no siempre tendremos todas las respuestas. Y en la oscuridad del espacio no parece haber nadie a quien preguntarle.