Priest: El Vengador

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Se supone que uno debería aislarse de algunas chicanas propuestas desde una producción tan básica como “Priest: El vengador” La frase “Si vas en contra de la iglesia, vas en contra de Dios” se menciona no menos de cinco veces a lo largo del film, tres de las cuales están presentes en los primeros veinte minutos. Supongo que el realizador Scott Charles Stewart habrá visto el corte final de su producto y pensó en agregarle este eslogan con la intención de provocar a la iglesia o llenar su escritorio con demandas judiciales. Desafortunadamente para él no puede alegar demencia.

Corríjame si me equivoco, pero desde “Un Vampiro Suelto en Brooklin”, de 1995 (película más, película menos) y la adaptación de “Blade” en 1998, los vampiros en el cine han sufrido una mutación en su propia mitología. Excepto por la obra maestra (y homenaje) de Tom Holland, “La hora del Espanto” (1985) hacía rato que los dientudos no asustaban a nadie.

En mayor o menor medida se fueron transformando en otro tipo de personajes con la consiguiente flexibilización de algunas reglas básicas. Acaso “Entrevista con el Vampiro” (Neil Jordan, 1994) sea el híbrido entre la generación anterior a los ‘90 y este siglo, con la saga Crepúsculo a la cabeza reivindicando cierto tono romántico.

Esta circunstancia juega a favor de un nuevo público, pero como en todas las épocas hay buenas y malas para alternar.

La introducción de la historia muestra un grupo de clérigos en una cueva, cayendo en una trampa en la que Priest (Paul Bettany) no puede salvar a su mejor colega Sombrero negro (Kart Urban) de las fauces enemigas. En el afiche de la película este actor figura como co-protagonista con lo cual difícilmente no vuelva a aparecer.

Luego pasamos a ver un segmento animado mostrando a sacerdotes súper entrenados y vampiros luchando en una batalla milenaria que nos lleva a un futuro…

Bueno, un futuro al que voy a llamar post apocalíptico, no me pida más. Si el guión no lo explica qué quiere que haga.

Se logra una supuesta convivencia entre humanos y criaturas, léase una muralla inquebrantable cuya altura separa civilización de todo lo demás. Dicha construcción significa el paso a retiro de los curas guerreros. La iglesia ya no los necesita pues estos vampiros saltan muy alto, pero no vuelan. Allí adentro la gente se rige por los dictámenes del Monseñor Orelas (Christopher Plummer), hombre que detenta el poder sin explicarse cómo ni por qué, pero en todo caso no tiene pinta de ser un líder elegido por el pueblo. Es más, el pueblo se dedica a entrar en confesionarios dispuestos en la ciudad como si fueran baños químicos. No vaya a ser que alguien quede con algún pecado de último momento y no lo pueda evacuar a tiempo.

El Priest, ya retirado, tiene parientes muros afuera. Hermano, cuñada y sobrina. Nadie (ni el guionista) sabe como llegaron ahí, pero viven en una cabaña en medio del desierto. La gente de maquillaje roció la cara de los actores con agua para significar temperatura ambiente, por lo tanto algo deben tomar para justificar la transpiración, aunque no se vea ni un tanque arriba del techo que suponga agua de pozo. No importa.

El malo, fanático de Clint Eastwood por como se viste en reminiscencias de los spaghetti western en la Trilogía del dólar de Sergio Leone, en los años ’60, secuestra a la sobrina para provocar que Priest contradiga las órdenes de la iglesia y salga a buscarla. A partir de allí el director parece proponer el juego del gato y el ratón contradiciendo a los personajes que desde el vamos buscan encontrarse y matarse a piñas.

Pero como todo esto sucede en los primeros 10 minutos, al espectador le quedarán otros 70 bastante largos.

Hasta aquí no hice mención de los vampiros per sé. Olvídese de Christopher Lee, Gary Oldman o (salvando las distancias) Robert Pattison. Excepto por el jefe, el resto es una cruza entre un neandertal disfónico y una oveja esquilada. La dirección de arte no se decide si emular a “Ciudad en Tinieblas” (Alex Proyas) cuando la acción se produce puertas adentro o a la saga de Mad Max (1979, 1982, 1985) cuando sucede en el desierto. De hecho, la estética de la novela gráfica de Min-Woo Hyung en la que está basado el guión, se respeta sólo en la intro animada. Eso sí, no voy a negar que las escenas de acción están bien hechas, y que a lo mejor Priest: El vengador” consigue su público si los fanáticos de sagas, tipo Inframundo, están dispuestos y de buen humor.

¿El cine? Bien, gracias.

Duerma intranquilo. No contento con este mamarracho, el director mete una frase final como para posibilitar una secuela. ¡Drácula nos libre y guarde!