Priest: El Vengador

Crítica de Fernando López - La Nación

Un sacerdote del futuro especialista en la exterminación de vampiros

A diferencia de los amplios espacios de los films del Oeste, donde todo estaba por hacerse, estos donde se desarrolla Priest tienen un aspecto más desolador. Estamos en un futuro post Apocalipsis y por todos lados hay marcas de la devastación dejada por siglos de guerras entre humanos y vampiros. Unos vampiros, por cierto, bastante distintos de los convencionales: cadavéricos, sin ojos, espectrales. Si hoy impera algún tipo de orden es porque la Iglesia Católica (la del futuro, claro, pero más dictatorial e implacable que la de los peores tiempos de la Inquisición) creó un sofisticado cuerpo de guerreros espirituales, sacerdotes duchos en artes marciales, que dieron batalla a los vampiros, eliminaron a la mayoría y encerraron a los sobrevivientes en reservaciones rigurosamente vigiladas.

Pero los villanos nunca son confiables, en cualquier momento pueden volver a atacar y por eso debe estar atento el héroe conocido simplemente como Priest, que lleva una cruz tatuada en el rostro, se hizo famoso por sus hazañas y ahora está retirado porque, una vez terminada la guerra, la tropa de elite sacerdotal fue disuelta. Un mal día, el sheriff de un pueblo cercano, Hicks, le cuenta que una horda de vampiros los ha atacado y se ha llevado secuestrada a su novia (que es a la vez sobrina del héroe) y le pide ayuda para ir a rescatarla. Contra la opinión de las autoridades eclesiásticas -en particular, del despótico monseñor Orelas (Christopher Plummer)-, Priest acepta el convite y sale en busca de la muchacha, con lo que además de luchar contra los vampiros deberá defenderse de los sacerdotes que el prelado envió para perseguirlo y cazarlo, vivo o muerto.

Aquí empieza la consabida y esperada serie de escenas de acción en las que además de las repetidas referencias al western (incluida la eterna pelea sobre los techos de los vagones de un tren en movimiento), también hay muchas otras reminiscencias (Mad Max, por ejemplo), poca claridad de exposición y un empleo del 3D que apenas añade un poco de espectacularidad al relato tomado de una novela gráfica coreana. Lo mejor es el comienzo, una animación que resume sintéticamente los antecedentes de la historia. Lo preocupante: la promesa de una secuela. El consuelo: que la memoria del film se desintegra, como los vampiros, con la luz del día.