Por tu culpa

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Juegos violentos

En los universos que se juegan en los filmes de la realizadora Anahí Berneri existe un "antes” invisible que funciona como reflejo de lo que sucede en el aquí y ahora. Así, el protagonista de Un año sin amor nos informaba mediante una elipsis de un año sobre su enfermedad del S.I.D.A., sin ahondar en su pasado y con el acuciante presente encima; la actriz encarnada por Silvia Pérez en Encarnación trataba de encontrar en un buscador de internet vestigios de aquellos días de gloria en el cine y la televisión. Ahora en Por tu culpa somos testigos del mismo mecanismo porque asistimos a una situación de desborde protagonizada por Julieta (Erica Rivas, brillante) junto a sus dos hijos Theo y Valentín (Zenón y Nicasio Galán) de dos y nueve años respectivamente.

Ellos deberían estar durmiendo porque ya es tarde, pero sin embargo permanecen más que despiertos y sobreexcitados, en un departamento atestado de juguetes y el ruido de un televisor que proyecta dibujos animados. Mientras tanto, con un ojo puesto en ellos y otro en la computadora, Julieta intenta concentrarse en transcribir una entrevista a madres jóvenes -igual que ella- quienes contestan sobre las bondades de un producto light en lo que puede interpretarse como entrevistas banales para lanzar un nuevo yogurt.

La presencia del padre no existe, salvo por un llamado de apuro donde le anuncia el atraso del vuelo y, subrepticiamente, le reclama mayor control de una situación que acumula tensión y presagia lo peor. Pasa lo que tiene que pasar y Julieta debe salir sola, cargar el auto con sus hijos para que revisen a Theo en el hospital. El niño, en un confuso episodio de forcejeo con su madre, se golpea la cabeza al caerse .A partir de ahí un cúmulo de miradas cómplices; preguntas inquisidoras sobre Julieta y su hijo mayor acrecentarán una atmósfera asfixiante y pesadillesca.

Lo que podría definirse entonces como un drama intimista puertas para adentro traspasa la barrera de lo íntimo; de lo oculto; para volverse público y exteriorizarse sobre un entorno demasiado indiferente y hostil a la vez, que pone en jaque la idea de maternidad y responsabilidad de las parejas jóvenes, así como reflexiona sobre el -románticamente llamado- instinto maternal.

Si bien este tercer largometraje de Anahí Berneri –elogiado por la crítica en el último festival de Berlín- no pretende calzarse el sayo de juez y parte, se sumerge con sutileza e inteligencia en un camino reflexivo acerca de los roles masculinos y femeninos en un mundo cada vez más individualista y donde el concepto de familia nuclear prácticamente ha desaparecido. Pero no se trata aquí de la disfuncionalidad, dado que lo que se desprende de la escasa información que va sembrando el guión, coescrito por Berneri junto a Sergio Wolf, no es otra cosa que una cruda exposición de la cotidianidad y el caos habitual que atraviesa cualquier familia de clase media cuando los límites no se tienen en cuenta.

La directora consigue mantener la tensión dramática al ordenar el relato en el lapso de una noche en donde la ambigüedad y el interjuego entre víctimas y victimarios ocupan un primer plano, sumado a la distancia que conserva la cámara sobre sus personajes con una notable dirección en la que se lucen Erica Rivas y los dos hermanos (quienes son hermanos en la vida real).

Tan universal como su título, la tercera obra de Anahí Berneri habla sin vueltas de las culpas: aquellas de las frustraciones de los adultos depositadas en los chicos; las de las parejas que se achacan los fracasos y en definitiva la más humana cuando está en juego el deseo y la construcción de la identidad.