Poder que mata

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

La construcción de una mentira

El talento de Valerie Plame como oficial secreta de la Cía está en la capacidad para obtener información con su voz aterciopelada y gestos de modelo top, ya sea en Amman, El Cairo o Bagdad. Su marido Joe Wilson es diplomático. La pareja, al servicio del gobierno de los Estados Unidos, condensa los valores patrióticos de su país. Naomi Watts y Sean Penn protagonizan Poder que mata, basada en un caso real, el Plamegate, sobre el informe que negó la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. La información concebida en el seno de la agencia fue ignorada por los halcones de la Casa Blanca.
En octubre de 2001, con el fantasma de las Torres humeando, la Cía tiene una actividad frenética. La posibilidad de la guerra depende de esa información. La película de Doug Liman (Sr. y Sra. Smith) comienza con imágenes vertiginosas, cambios de escenarios y datos, muchos datos, sobre unos cilindros de aluminio donde posiblemente se ha trasladado uranio desde África. No hay novedad en las escenas stándard sobre las relaciones asépticas de los agentes entre sí, las dudas sobre la misión encomendada y el nerviosismo por mantener el delicado equilibrio con el poder ejecutivo.
Si el espectador puede abstraerse de tanta información en cadena, Poder que mata (Fair game/Juego limpio) es una buena película filmada a la manera de un documental, con movimientos de cámara y lo político como el terreno donde encuentra explicación el gran negocio de la guerra. Refuerza el formato de ficción documentada o documental ficcionalizado, el material de archivo que actualiza los discursos de George W. Bush con todos los, pocos, tonos de voz con los que anunció la guerra a Irak. Hay flashes de la cadena CNN apoyando la gesta, recurso con el que el guión pone en el centro del poder a los medios masivos.
La crisis de Val y Joe se desata cuando el diplomático decide publicar un artículo sobre las armas que no encontró porque no existían. Enseguida, una mano negra publica la verdadera identidad de Val y la intriga se traslada a la casa del matrimonio, golpeado por la traición y la impotencia.
Naomi Watts y Sean Penn realizan un trabajo impecable en la película con elementos políticos de clara militancia antibelicista. "Somos las piezas de una maquinaria", dice ella, ferviente oficial de la Cía. Él elige no callar. Penn propone su costado combativo en algunos discursos y asume el rol de acusador mientras el espectador asiste a la construcción de una mentira inmensa. Val resuelve el dilema que la pone entre la Cía y su familia, una anécdota, si se tiene en cuenta las consecuencias traducidas en miles de muertes que la Casa Blanca promovió en defensa de la democracia occidental.