Plan perfecto

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Los dilemas del cine indie estadounidense en el siglo XX
La opera prima de Jennifer Westfeldt, con ella como protagonista junto a Meg Ryan y Jon Hamm, presenta a dos amigos que deciden tener un hijo sólo porque pasaron los 30.

En realidad, cuando se habla de cine indie, saltan las confusiones y mentiras. Plan perfecto es algo independiente, un poco industrial, con reminiscencias de la comedia de los años '80 (Cuando Harry conoció a Sally, vía la recientemente fallecida Nora Ephron), valiéndose de una puesta de cámara digna de una sitcom y observando al mundo desde un lugar transgresor que termina sin disimular su conservadurismo estilo tortas de frutilla con crema servidas por Doris Day para Rock Hudson a la hora de la merienda. Con una diferencia sustancial que repara en una frase, desde aquellos lejanos “Hagamos el amor” hasta el contundente y directo “Vamos a coger”. Al fin y al cabo, gran parte del cine indie es eso: más liberal, menos culposo en las relaciones de pareja y con la enfática frase de por medio.
En medio de esos dilemas transcurre la opera prima de Jennifer Westfeldt, con ella en uno de los protagónicos junto a una pléyade actoral exitosa en series de televisión. El planteo es casi revolucionario: dos amigos que, pasados los 30, deciden tener un hijo pero sólo para que el tiempo biológico no se les venga encima. Profesionales de éxito ambos, el contexto que los rodea, con dos parejas de amigos de por medio que ya tuvieron hijos, es la novedad que presenta el guión para que la pareja, que no se desea ni ahí, tenga su primer y único vástago. Plan perfecto (Friends With Kids no estaba mal como para cambiarlo) se aferra a diálogos y textos veloces donde la pareja central, primero con los amigos y luego a solas, hablan sobre la fidelidad, el paso de los años y las libertades que tendrán ambos buscando la felicidad en otro lado, más allá del crío y de sus primeros meses de vida. De allí que cada uno vivirá su rato feliz y placentero al lado de otro: él junto la languidez fashion que tipifica a Megan Fox y ella con el recién divorciado que interpreta Edward Burns, otro emblema de Hollywood que como actor y director fluctúa entre el mainstream y el universo indie.
A la película –además de sobrarle algunos minutos– se le olvidan los personajes secundarios, bastión esencial de la comedia clásica para que se manifiesten como contrapunto de la pareja central. Westfeldt y Adam Scott, en cambio, encajan a la perfección y a pura química, aprovechando el contraste entre la supuesta seguridad (y pose “canchera”) de él junto a las dudas e incertidumbres (lágrimas inclusive) que caracterizan a ella. Con momentos felices y otros donde se va colando esa maldita pátina conservadora, el debut de Westfeldt es bastante feliz, aunque no alcanza ni por asomo a los planteos sobre la pareja de Maridos y esposas de Woody Allen, concebida hace más de dos décadas. ¿Será que la comedia indie estadounidense de a poco se dirige a una gran remake de Los tuyos, los míos y los nuestros?