Piraña

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Sangre, sudor y vísceras

El cine precisa del físico. Sin el físico no existiría John Cassavetes, ni Jean Eustache ni Jackie Chan pero tampoco H.G.Lewis, el creador del gore. El cine físico, material, pide sensaciones, pide excesos, no tolera el orden y el control sino que es siempre un torrente. En ese sentido, el efecto 3D es un ejemplo determinante en la historia de los excesos. O, inversamente, lo excesivo es determinante en la historia del cine 3D.

El 3D es una tecnología que pocos saben manejar, ya no técnicamente sino expresivamente, dando al recurso una función lógica y no convirtiéndolo en un mero recurso publicitario. Es en este aspecto que el gore, como subgénero dentro del cine de terror, pedía a gritos un uso imaginativo. El 3D, hasta el momento, tenía en James Cameron a uno de los pocos directores que pensaron renovadamente el modo de construir la puesta en escena. Cameron fue director de Piraña y salido de esa fábrica de no tirar un solo centavo llamada Roger Corman. Eran las producciones baratas de esa celebridad de la clase B de los '60, '70 y '80 las que lograban encontrar un tono entretenido en el exceso (quizás no tan cerca de William Castle pero en el mismo equipo) y que supieron aprovechar directores como Joe Dante y el mismo Cameron.

Pero hace más de dos décadas terminaron los '80. Y, si bien el procedimiento 3D existe, lo que se había extraviado era el tono (un tono que sólo quienes hicieron carrera como directores de segunda unidad pueden entender, como David R. Ellis, con cuyas películas dialoga Piraña 3D), eran los modos, en síntesis, una idea de hacer el cine, una idea plenamente física.

Y es ahí en donde reingresa a escena el tono clase B, el cine físico, pero también el gore, la comedia negra, la exhibición de culos y tetas. Y ese exceso lo entendió perfectamente el francés Alexandre Aja, un exiliado, un ajeno que se mofa de todos y cada uno de los modelos canónicos de representar “lo americano” y mete las manos en el lodo. Entonces entrega esta maravilla materialista como pocos estrenos de 2010 (porque el año pasado fue retenida para su estreno) y juega a ser ochentosa, anacrónica. Y gana.

El mundo de Piraña 3D tiene dos caras: una que mira hacia la historia y plaga a la película de cameos, guiños internos, referencias metatextuales; la otra, es puramente erótica -en su sentido más sontagiano-, es sensorial. Busca la complicidad del espectador dispuesto a sorprenderse con sus propios prejuicios (y en esto se parece a la genial Jackass 3D) y avanza rauda: dentro suyo está el cine de terror de los '70 y los desnudos obligados, está el humor negrísimo de las películas de Dante y John Landis; pero también está el gore brutal de H.G.Lewis, la sátira política de George A. Romero y la revisión del cine catástrofe de los '70.

Pero el desparpajo con el que pasa revista a esos mojones históricos no busca la complicidad, sino el placer de la carne, en todo sentido. Sea por todo esto que durante, al menos, mitad de la película se sucede una fiesta interminable de alcohol, sexo y música (exageración que da un tono pesadillesco a lo que está por venir) y la otra mitad es una variación acuática de El amanecer de los muertos (la versión de Zack Snyder: ahí esá Ving Rhames para recordárnoslo, nuevamente como policía). En todo caso, no hay salvación, no hay coartada moral ni explicación para la violencia. No hay metáfora. Hay sangre, sudor y vísceras.

Comprendamos que en una época en donde El juego del miedo, Hostel, Escupiré sobre tu tumba y otras barbaridades moralistas dominan el mercado del terror, bueno, que alguien se acuerde del placer catártico de la violencia y que lo haga con una crueldad estimulante, no es una simple bocanada de aire: es un tipo de cine que hay que defender, contra todos los prejuicios, contra todas las previsiones. Es una gran noticia que Piraña 3D pueda verse en una pantalla grande. Lo merece más que buena parte del caudal de estrenos basura que engrosan la oferta de los jueves.