Piazzolla: los años del tiburón

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Asistir a la proyección de “PIAZZOLLA: los años del Tiburón” es una pequeña fiesta, no solamente cinéfila. Previo a cada una de las proyecciones, el director ha planteado que un bandoneonista en vivo toque alguna de las obras de Piazzolla para el público que está en la sala, generándose una forma especial y nada convencional de comenzar a sumergirse en el mundo de uno de los compositores más talentosos y revolucionarios de la música del siglo XX.
La idea de disfrutar de esos acordes previos, ya predispone de una forma especial a esta ceremonia del cine y sobre todo poder saborearlo como acto grupal y, según palabras del mismo Rosenfeld, “valorar que no es lo mismo asistir a una proyección que la nueva costumbre de ver cine desde un monitor”.
Daniel Rosenfeld, productor de pequeñas joyas como “Las cinéphilas” y “La calle de los pianistas” y director de los documentales “La quimera de los héroes” y “Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos” y de la ficción “Cornelia frente al espejo” sabe que tiene en Astor Piazzolla un material riquísimo para encarar un documental atractivo y atrapante.
Pero todo el invalorable material de archivo con el que cuenta Rosenfeld –en su doble papel de director y guionista- gana mucha más fuerza todavía cuando la voz cantante del relato sea la propio hijo de Piazzolla, Daniel, con el que estuvieron durante más de diez años distantes y sin cruzar una sola palabra. “PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURON” atraviesan toda su historia.
Su niñez, sus padres: Nonino –quien fue amorosamente escribiendo el diario de la vida de su hijo, declarándolo una estrella, desde que Astor tenía 10 años- y Nonina, los sacrificios familiares, su encuentro con el primer bandoneón: todos estos elementos comienzan a construir la figura de este músico talentoso e increíblemente dotado que ha revolucionado el concepto del Tango.
Desde sus primeros estudios con Nadia Boulanger, su contacto con Gardel, su paso por la orquesta de Aníbal Troilo -de la que “deserta” para poder sentirse libre de tocar cómo realmente le gusta y cómo siente que debe ser-, Piazzolla ha tenido el talento y la fuerza de crear sus propias orquestas, quintetos y octetos, con los cuales han trabajado, por ejemplo, Juan Carlos Copes y María Nieves y los cantantes Jorge Sobral y Edmundo Rivero.
Su innovación en el tango le hizo ganar la profunda enemistad de todos aquellos tangueros más tradicionales que lo consideraban a Astor como una especie de “asesino del Tango”, aquellos que tildaban a su música de “híbrido”, sin poder entender ese nuevo enfoque que él le había dado a la música contemporánea de su ciudad.
New York –ciudad en la que vivió durante muchos años de su infancia y a la cual vuelve para desarrollar una carrera y que lo recibe con un puesto como empleado en un banco-, Viena y Paris; Puerto Rico, Alemania e Italia fueron algunos de los lugares en el mundo en los que logró hacer llegar sus armonías, sus ensayos de tango-jazz y sus acordes revolucionarios e innovadores.
Podríamos enumerar muchísimos puntos importantes en su vasta trayectoria: el Colón o el Gran Rex en Buenos Aires, el Olympia de París, su Mar del Plata natal o el Central Park han respirado los acordes de “Adiós Nonino” “Libertango” o “Balada para un loco” y fue así como sus creaciones han llegado a ser escuchadas hasta en Japón. Pero “PIAZZOLLA: los años del tiburón” no solamente indaga en las profundidades del artista sino que el documental crece y se agiganta cuando en la voz de su hijo, comience a delinearse un personaje completamente diferente por detrás de los escenarios.
Sus partes más oscuras, sus zonas más erróneas, su fuerte carácter, sus “broncas” y su ego luchando contra todos sus complejos, se muestran al desnudo, cuando Daniel se entrega a la cámara y aporta con su archivo, diversos fragmentos fílmicos, fotos, registros familiares y aquellos cassettes con grabaciones que fueron la base de la biografía escrita por su hermana Diana, que pudo ser editada meses antes de su fallecimiento.
Cada uno de estos recuerdos, de estos fragmentos, de estos recortes, irán conformando un complejo rompecabezas donde además de aparecer el músico, aparecerá fundamentalmente el hombre, el hijo, el padre: Astor estará presente en sus múltiples facetas.
Las imágenes de archivo en donde se lo muestra en momentos familiares de mucha felicidad con la madre de sus hijos, Dedé Wolf, el período de más de cuatro años en el que salieron de gira Daniel y Astor junto a la orquesta recorriendo el mundo, el recuerdo de Diana y su enfermedad, Astor y su voz, sus objetos y esta entrañable reconstrucción que hace su hijo sobre su propio pasado...
Todo esto permite que el ambiente se vaya llenando de una rara melancolía, de un tiempo que se añora, de la figura de ese Piazzolla invadiéndolo todo con una cierta angustia y con la mirada vidriosa de Daniel que aparece en varios pasajes, haciendo que la historia nos conmueva.
Con una hermosa fotografía de Ramiro Civita y un trabajo de remasterización en que hace que el sonido sea impecable, es importante destacar que todo este material de un valor artístico incalculable no sería el mismo sin el excelente trabajo de montaje de Alejandro Penovi.
Su edición meticulosa, minuciosa, detallista, hace que la narración fluya, que la historia familiar vaya entramándose con el resto del relato y por sobre todo, ayuda a que el film de Rosenfeld crezca, aun cuando el director haya decidido no tomar ningún otro riesgo que mostrar ese material que habla por sí sólo y haya depositado su confianza en el magnetismo de las imágenes que nos acercan a esta historia íntima y personal, absolutamente imperdible.