Pesadilla en Calle Elm

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

En 1984, dormir podía significar la muerte: se estrenaba Pesadilla en lo Profundo de la Noche. En pleno auge de las slasher movies (asesino enmascarado que mata adolescentes en celo, subgénero que empezó con Noche de Brujas y siguió con Martes 13 y miles de otros exponentes), Pesadilla hizo la diferencia. Si bien las víctimas seguían siendo adolescentes, ahora no eran personajes de cartón listos para ser carneados sino jóvenes que deben pagar por los crímenes cometidos por sus padres, quienes ahora no los pueden ayudar, ya que el asesino ataca en el mundo de los sueños, lejos de las leyes naturales, lejos de toda lógica. Y hablando del victimario, ya no lleva máscara y no usa cuchillos ni hachas para descuartizar. Freddy Krueger luce orgulloso su cara quemada antes de atravesarte con las cuchillas que lleva como garras en su mano derecha.

El éxito comercial del film salvó a New Line Cinema de la quiebra (iba a ser la última película, de hecho); consagró a su director, Wes Craven, como un maestro del terror; generó seis secuelas (en las que el malvado engendro se volvía cada vez más jocoso, y las muertes, más imaginativas), una serie de televisión, un crossover (Freddy Vs. Jason) y toneladas de merchandising, siempre alrededor de la figura de Freddy.

Pero ni el famoso Morfeo de la muerte pudo impedir la realización de una remake. Como en la mayoría de los refritos de clásicos del horror contemporáneos, los culpables se cuentan entre las filas de Platinum Dunes, empresa comandada por Michael Bay.

Pesadilla en la Calle Elm conserva la premisa de la original: un grupo de jóvenes sueña que son acechados por ya-saben-quién e irán muriendo uno a uno, de las maneras más inusuales posibles. Nancy, la protagonista, descubrirá la horrible verdad: Freddy era un pedófilo que fue ajusticiado por padres furiosos. Y claro que el sádico personaje tiene no pocas ganas de vengarse, y de la manera más cruenta posible.

Aunque el tono es trágico, otra vez, esta nueva versión presenta diferencias con respecto a la de Craven. La historia y los personajes no son los mismos, pero sí muy similares, lo que permite conservar gran parte de la esencia. Algunas escenas —la muerte de la rubia, que amenaza con ser la protagonista absoluta; las garras emergiendo de la bañera, listas para atacar a Nancy— son un claro guiño a los espectadores más veteranos.

Pero la novedad mayor está en Mr. Krueger. Siempre fue Robert Englund quien soportó el horripilante maquillaje, el que lo convirtió en un icono del horror gracias a una interpretación escalofriante por el toque sarcástico e impredecible que le dio a su bestia. Pero su reemplazante no es menos talentoso: Jackie Earle Haley. A fines de los ’70, Haley era una estrella juvenil en films como La Pandilla de Pícaros (una de baseball) y Los Muchachos del Verano, junto al por entonces también ascendente Dennis Quaid. Con el tiempo, su promisoria carrera se fue apagando hasta casi desaparecer en producciones de muy bajo presupuesto. Pero hizo su regreso triunfal en Secretos Íntimos, por la que lo nominaron al Oscar por Mejor Actor de Reparto. La rompió haciendo de Rorschach en Watchmen: Los Vigilantes y ahora es uno de los actores secundarios más respetados de la industria. Pero a comienzos de los ’80, J. E. H. hizo un casting para actuar en la Pesadilla que dirigió Craven. Pretendía interpretar a Glen, el novio de Nancy. Él no quedó, pero el rol fue para un amigo suyo que lo acompañó: Johnny Depp. De hecho, fue el debut cinematográfico de Depp, quien moría tragado por una cama que luego escupía sangre hacia el techo. Así que ahora el bueno de Jackie pudo formar parte de la franquicia, y nada menos que como Freddy. Su actuación es más seca que la de Englund, pero igual de inquietante, sobre todo por cómo juega con las uñas-cuchillas. Además, aquí podemos ver a Freddy con su cara humana, antes de ser linchado. (Curiosamente, Haley también hizo de pederasta en Secretos Íntimos).

La película es la ópera prima de Samuel Bayer, veterano de las publicidades y los videoclips, como el de “Smell Like Teen Spirit”, del tema de Nirvana. Y no lo hizo nada mal. Su imaginería visual sigue siendo muy interesante, aunque aquí se nota que todavía debe respetar ciertos tópicos de la saga ya conocida, y eso no le permite explotar su capacidad. Pero dan ganas de ver más largometrajes de Bayer.

Sin estar a la altura de Pesadilla en lo Profundo de la Noche, esta remake es bastante digna, una de las mejorcitas de Platinum Dunes, y los golpes de efecto siguen siendo efectivos.

Ah, en los primeros minutos hay una broma pesada para los fans de la saga de Crepúsculo. Divertido, el chiste, y además establece que estamos ante una película de terror nada light.

Eso sí. Va siendo hora de no hacer más versiones de aquellos hits terroríficos de nuestra infancia y que inventen nuevas historias, nuevos monstruos, nuevos íconos.