Personas que no son yo

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

EL AMOR COMO ADICCIÓN

“No hay cura para el amor” cantaba Leonard Cohen (una pérdida irreparable para el mundo de las canciones) y ciertamente podría aplicarse a la protagonista de esta ópera prima israelí, una joven que busca desesperadamente volver con su ex novio mientras vive los días en su departamento y sale a ver qué pasa con otros hombres, entre ellos, un joven intelectual sardónico cuya destreza en el habla no se condice con el plano sexual. Especie de ensayo fílmico, descentrado, con la recurrente problemática de jóvenes que confiesan su desorden emocional, tiene garra como para ser una buena carta de presentación, a pesar de los altibajos.

La película, como ocurre con gran parte del cine contemporáneo, parece partida en dos. Joy transita lo cotidiano de manera bipolar y el comienzo lo muestra: una habitación, una laptop y un llamado desesperado; luego del encierro, la música y un paseo luminoso por las calles para encontrar amigos, gente del mismo palo. En esa contraposición topográfica y anímica se desarrolla el primer tramo, sin prejuicios ni moralina. La directora defiende con garra ciertas ideas tales como quitarle trascendencia a hablar de amor o de cualquier tema y ponerlos si se quiere en un nivel de profundidad tan básico como portar un celular o una computadora de mano. Se puede hablar de Hannah Arendt y sexo anal al mismo tiempo sin restricciones ni complejos. Es un signo saludable porque muere con su personaje en ese gesto discursivo. No sabemos nada de ella, más allá de su relación frustrada. En este sentido, el foco se concentra en un presente donde la exploración de las conductas masculinas y femeninas no se caracteriza por una bajada de línea sino por detalles sutilmente trabajados. Hay una línea de diálogo genial al respecto cuando Joy le cuenta a su amigo que posiblemente tenga gonorrea y él le responde “pero no tuvimos sexo”, a lo que ella refuerza “pero puede que yo tenga gonorrea”. Son apenas esas palabras las que marcan el egoísmo del joven. Mientras tanto, la joven padecerá los efectos de la indiferencia y de la ausencia como si se tratara de una adicción: olvido del entorno, pérdida de la independencia, enfrentamiento con situaciones límites y obsesión.

Ahora bien, la inteligencia desplegada en la primera parte se desbarranca narrativamente y entonces se advierte un mecanismo repetitivo, que genera un desbalance y que apunta a llegar lo más rápido posible a una última secuencia que seguro dará que hablar, pero que no compensa estos defectos necesariamente. La película se llevó el premio mayor en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata: eso sí que fue un exceso. A veces, y como suele ocurrir también en gran parte del cine actual, las buenas ideas se quedan a mitad de camino.