Personalidad múltiple

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Los extraños amores de una rubia cool

Jess anda en problemas. Vive con su esposo y parece que es feliz, pero en el mismo lugar reside el hermano de él, que anda con el carácter alterado mientras muestra sus tatuajes para seducir a la cuñada rubia. Los hermanos se quieren y temen uno con el otro, pero en el fondo no pueden olvidar su origen en común. Por eso la mala suerte (ay, los azares del cine) hace que choquen entre sí , los autos queden destruidos y ellos entren en un estado de coma irreversible. O no, pues uno se recuperará pero parece haber perdido la memoria y tomará características del otro (el que se sigue en coma) para disfrute (o no) de la pobre Jess. Y así la cosa: la personalidad de un hermano va al otro pero el que trata de recordar algo tiene miedo que su pasado retorne. En fin, Jess sigue enamorado de uno pero el otro lo seduce, en tanto, la obre añora los tiempos felices a través de objetos que aparecen y reaparecen. Ideas sobre el cine, en este punto, en Personalidad múltiple no aparece ninguna. El guión parece salido de un laboratorio de lugares comunes y del imperio de las obviedades. La musiquita romántica acá, la que aterroriza para provocar algún sustito por allá. La puesta en escena (una falta de respeto a la definición) rinde culto a alguna revista de decoraciones y ni tampoco disimula su tono fashion, entre el romanticismo de postal de enamorados con las gaviotas de fondo y el culto al dinero, obsceno de por sí, que ostentan varias escenas. El trío actoral, por su parte, encabezado por “Buffy” Gellar y los hermanos en cuestión no manifiesta empatía alguna. En este punto se destaca algún momento protagonizado por el can de la pareja (o del trío) con cierto énfasis facial que supera a los intérpretes principales.