Percy Jackson y el ladrón del rayo

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

En los últimos tiempos, y en busca de ideas, la industria del entretenimiento ha logrado reciclar el pasado con resultados dispares. El nombre Da Vinci, por ejemplo, ya es una de las franquicias literarias exitosas logrando asociarlo primero a un libro y en segunda instancia al gran maestro. La historia y mitología griegas, presentes desde siempre en el cine, volvieron a ser recicladas en este siglo para tres productos muy exitosos: El video juego “God of War” (2005) y sus secuelas “Furia de Titanes” (2010 y 2012), y “Percy Jackson y los dioses del Olimpo”, una serie de cinco libros (más 3 anexos), que también abordan la mitología griega pero con una vuelta de tuerca.

En la primera, “Percy Jackson y el ladrón de rayos” (2010), veíamos al protagonista viviendo tranquilamente en Nueva York hasta descubrirse a sí mismo con poderes, al igual que quienes lo rodean, y que el Emipre State es el Olimpo en donde moran los dioses griegos. Finalmente, la mitología es real y todas las criaturas viven disfrazadas ente la gente común. La propuesta se cae desde el comienzo. Desde las páginas de los libros ya era difícil instalar un verosímil creíble donde aceptamos que los dioses, buenos o malos, no salen a reventar todo y se guardan disfrazados de humanos. La adaptación al cine fue casi calcada, y también lo es la segunda parte, “Percy Jackson y el mar de los monstruos”.

Luego de la muerte de Thalía, Zeuz la convierte en árbol, y en un campo de energía en medio del bosque para proteger a los semi-dioses que viven y se educan allí, centauros, sátiros… hay de todo, Percy (Logan Lerman) es uno más. Un buen día un toro mecánico rompe el escudo, la paz y otras cosas. Roto el árbol, hay que repararlo y para ello es necesaria una especia de manta mágica. Salen en misión encomendada Clarisse (Leven Rambin) y un sátiro, y en misión auto-encomendada Percy, Annabeth (Alexandra Daddario) y Grover (Brendan T. Jackson), otro sátiro; porque estos seres son atraídos naturalmente al velloccio de oro. De ahí en adelante, todo lo demás, que no conviene revelar.

El cambio en la dirección de Chris Columbus a Thor Freudenthal le sacó algo (sólo algo) de lo aniñado de la primera, imprimiendole a esta segunda parte un ritmo narrativo mejor sostenido, con escenas de acción mejor logradas y efectos que oscilan entre el croma bien fotografiado y la hilacha visible cuando se superponen las imágenes. Hay bastante artificio notorio en el concepto general, lo cual conspira junto a una historia que, como dijimos, tiene una línea finísima entre fantasía e inverosímil. Se sabe que esto último en el género de aventuras es fundamental.

Donde la saga sigue fallando es en un casting de chicos, más cerca de Glee (no porque canten) que del physiques du rôle aceptables para los personajes que encarnan. Todo, los diálogos, las situaciones, los estados anímicos y emocionales, quedan enmarcados en una estudiantina moderna con lo cual, la riqueza dramática de la mitología griega queda en un segundo o tercer plano, como si fuera apenas una mención de nombres y conflictos que terminan siendo poco útiles al esqueleto del relato. Probablemente sirva como una introducción a este vasto mundo, pero decodificado para adolescentes con pocas preguntas y más pochoclos. En todo caso, siendo “Percy Jackson y el mar de los monstruos” mejor que su antecesora, probablemente encuentre en los chicos un lugar para instalarse con su versión en español. Tiene gusto a poco, ¡qué quiere que le diga!