Pensé que iba a haber fiesta

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

¿Amor mata amistad?

Hay películas cuyos temas pueden disparar disímiles discusiones. Y algunas están hasta por encima de lo que el filme en cuestión logra como resultado final.

Pensé que iba a haber fiesta trata sobre la lealtad, en primer término, pero también sobre la amistad y el amor, y le pregunta a sus personajes y al espectador qué significa ser íntegro. Todo a partir de una premisa, que el filme entrega de a poco: ¿es correcto que una mujer tenga una relación con el ex marido de su mejor amiga?

Pero lo que plantea el guión de Victoria Galardi (Amorosa soledad, Cerro Bayo) es que Ana (la española Elena Anaya, de La piel que habito) se enamora desde las tripas de Ricki (Fernán Mirás) cuando éste pasa a buscar a su hija Abi por la casa de Lucía (Valeria Bertuccelli). Ana le está cuidando la casa con pileta en San Isidro a Lucía, que tiene nueva pareja (Esteban Bigliardi) mientras se escapa unos días a Uruguay, entre Navidad y Año nuevo. Si Lucía y Ricki están separados desde hace tres años, ¿tiene pista libre?

No vamos a adelantar si Galardi sugiere una respuesta, ni si le da un final feliz o no a la película (en todo caso, ¿qué sería un final feliz?). Galardi va entretejiendo la trama, con algunos disparadores y subtramas que a veces están mejor escritas, o aportan poco o mucho al centro de la cuestión. El personaje del jardinero (Esteban Lamothe), por ejemplo, o si cierto personaje es o no cocainómano no tienen el mismo rebote que el amigo al que le presentan a Ana (Augusto Giménez Zapiola, una revelación).

De todas formas, lo que uno espera es más del intercambio entre Ana y Lucía, cómo esa amistad se pone a prueba. A su favor, Galardi cuando llega el momento, se torna naturalista, luego de tomarse sus tiempos en alguna presentación y alterar el ritmo de lo que sería un filme más comercial (Ana bailoteando una noche escuchando música en el living).

Como es de prever, Pensé que iba a haber fiesta descansa sobremanera en las espaldas de las actrices, y de Mirás. Bertuccelli enfrenta un papel no atípico pero sí diferente de los que el cine suele depararle y sabe cómo jugar con la imprevisión. Anaya está más tiempo en pantalla y al llevar un poco las riendas del relato presupone que el espectador debería comprender mejor su situación. Mirás cumple una correcta labor, y es una buena decisión de casting, ya que si el elegido hubiera sido Facundo Arana, es factible que otra sería la percepción del conflicto.