Pensé que iba a haber fiesta

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Amores y traiciones cerca de fin de año

La película se apoya más en el texto, y se sustenta en tiempos muertos y silencios prolongados con rasgos del
cine argentino minimalista y austero. Los personajes crecen desde pequeñas acciones y conversaciones banales.

Tercera película de Victoria Galardi, luego de la juvenil Amorosa soledad y la melancólica Cerro Bayo, Pensé que iba a haber fiesta es una historia de mujeres, que transcurre en esos días insufribles que oscilan por Navidad y Año Nuevo, y que narra una historia de infidelidad y traición entre dos amigas. La cuestión pasa por Lucía (Valeria Bertuccelli), separada de Ricky (Fernán Mirás), ambos con una hija adolescente, y desde hace tiempo con una nueva pareja (Esteban Bigliardi). Lucía dejará la custodia de su casa en manos de su amiga española (Elena Anaya), en tanto, por razones azarosas, el ahora soltero Ricky reaparecerá para motivar el conflicto de la película. Pues bien, hasta acá el argumento –o aquello que puede contarse en una reseña crítica–, donde los personajes crecen desde pequeñas acciones, conversaciones banales y un liviano estudio de caracteres donde el espectador es invitado a completar la información que el film esconde con alguna sutileza.
En principio, Pensé que iba a haber fiesta es la clásica película que propone un doble juego dramático con resultados finales poco alentadores. Por un lado, Galardi se esfuerza por no cargar las tintas en el conflicto central –la relación de dos amigas presuntuosas de sí mismas que vivirán una situación límite–, en una operación estética que tiene similitudes a aquello que hiciera Ana Katz con Los Marziano: es decir, no caer en los lugares comunes y alejarse de las fórmulas del naturalismo televisivo a los que todavía recurre buena parte del cine argentino. Pero donde el film de Katz se apoyaba en la sutileza del humor y en el lado oscuro de un grupo social, Pensé que iba a haber fiesta se protege en una medianía sin crescendo dramático, aferrada al texto más que a la puesta en escena. Por otra parte, ante esta fallida (in)decisión, la película se sustenta en tiempos muertos, silencios prolongados y en un par de escenas en que la música actúa como único soporte dramático, como si la trama eligiera algunos rasgos de ese cine argentino minimalista, austero y hasta despojado de toda afirmación procedente del guión.
Por lo tanto, Pensé que iba a haber fiesta, que tiene un par de interesantes trabajos de Bertuccelli y Elena Anaya (aunque en ella será difícil olvidar la complejidad de su papel en La piel que habito de Almodóvar), queda oprimida en sus esforzadas pretensiones por no parecerse a un cine clásico y genérico, pero también, en su intento de aproximarse, pero no tanto, a una puesta en escena que se acomoda (de manera incómoda) a los tiempos muertos que caracterizan a película modelo BAFICI. En esa medianía sin demasiadas zonas rescatables, transcurre esta no-comedia dramática de aires San Isidro, con mucho sol y pileta de natación de por medio y dos amigas protagonistas que vivirán un momento de tensión. Sólo eso y nada más que eso.