Paula

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Desfasajes de la vida y el arte

Para todos los que conforman el rubro artístico la soledad y la incomprensión -por lo menos en las primeras etapas del desarrollo profesional- suelen ser moneda corriente por la sencilla razón de que el conjunto en cuestión de disciplinas casi siempre es visto a nivel del vulgo como el súmmum del trabajo improductivo, algo así como el extremo opuesto de la razón instrumental y la dialéctica de la explotación que motivan al capitalismo (lo que no quita que éste último desde tiempos lejanos le haya encontrado la vuelta al asunto y lo transforme en otra mercancía más). Al igual que la reciente y maravillosa Loving Vincent (2017), sobre la figura del malogrado Vincent van Gogh, Paula (2016) también se mete con el costado menos luminoso de la pintura y pone en evidencia por un lado el dolor detrás de las vejaciones y el ninguneo social que muchas veces padecen los artistas y por el otro los prejuicios de un mercado cultural endogámico, elitista, snob, arbitrario y muy poco abierto a la verdadera innovación y el quiebre formal, por más que se la pase jactándose de lo contrario en una hipocresía que se condice con la de todas las ramas del quehacer humano.

En esta oportunidad la protagonista es Paula Modersohn-Becker, una pintora alemana fascinante y poco conocida más allá de su país natal. La mujer vivió a finales del siglo XIX y comienzos del XX, destacándose como una de las precursoras del expresionismo germano a través de una producción profundamente original que combinó elementos del impresionismo, el fauvismo, la pintura renacentista y hasta de los retratos del arte egipcio. La película articula la primera etapa de su carrera, centrada en sus vínculos con la colonia de artistas de Worpswede, y la segunda fase, cuando se muda a París para ampliar sus horizontes. Paula padeció a lo largo de toda su vida los prejuicios sociales para con las mujeres, empezando por su padre y siguiendo con la comunidad alemana, y a posteriori la aprensión en lo que respecta al carácter vanguardista de sus cuadros: Becker comienza a pintar de manera amateur en Worpswede, un enclave de la época de supuestos rupturistas en relación al academicismo que paradójicamente se muestran muy conservadores y no logran entender el arte no figurativo de su colega, a quien suelen descalificar rotundamente.

Si bien su esposo pintor Otto Modersohn le ofrece un mínimo apoyo y la impulsa a seguir trabajando, la mujer eventualmente se cansa de un matrimonio no consumado de cinco años y se marcha a la capital francesa, donde entra en contacto con el acervo impresionista y se reencuentra con amigos del pasado, sobre todo la escultora Clara Westhoff y el poeta Rainer Maria Rilke. Retomando la comparación con Van Gogh, Modersohn-Becker vendió poco y nada en vida y el reconocimiento de la excelencia de su obra llegó mucho tiempo después de haber abandonado este mundo. El eje de la propuesta es la genial labor de Carla Juri en el rol de la protagonista: la actriz suiza, vista hace poco en las extraordinarias Brimstone (2016) y Blade Runner 2049 (2017), construye una mujer apasionada que abraza el éxtasis del gozo infantil tanto como la tozudez de los hombres y una inteligencia muy aguda que la hace soportar en silencio sólo hasta cierto punto las barrabasadas del período (imposición de cursos de cocina, una constante subordinación general frente a los varones e insultos varios de sus maestros en lo que atañe a la “incapacidad” de las mujeres de crear).

De hecho, es esta sutileza combativa de Paula la que se traslada al opus de Christian Schwochow en su conjunto: la dimensión más interesante del film no es la más obvia, la que se corresponde a una posible lectura relacionada con esos panfletos feministas -tracción a jugar a seguro, apostando al terreno de lo políticamente ganado- que hoy están en todos lados, ya que lo verdaderamente destacable del convite es el análisis de las internas y contradicciones de aquel nacimiento de las vanguardias de principios del siglo XX y cómo algunas mujeres se acoplaron a dicho ámbito -aún hiper machista- gracias a la simple reproducción de la actitud por antonomasia de los hombres, centrada en decir que sí a todo y luego hacer lo que se desea sin pedir permiso ni aprobación a nadie. El guión de Stefan Kolditz y Stephan Suschke incorpora con astucia la premisa melodramática de fondo, léase “mujer hastiada de su matrimonio se autodefine saliendo a buscar aventuras”, para ir más allá del retrato de los sinsabores de una existencia atormentada y plagada de desfasajes, frente a los cuales Modersohn-Becker luchó con convicción y un envidiable desenfreno…