Paterson

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Semana de poesía suburbana

A pesar de ubicarse un par de escalones por debajo de Sólo los Amantes Sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), la anterior y excelente película de Jim Jarmusch, Paterson (2016) es una obra admirable que por cierto supera por mucho a la despareja y mayormente problemática Los Límites del Control (The Limits of Control, 2009). Aquí el autor norteamericano, una de las figuras claves de la escena indie de las décadas de los 80 y 90, reincide en su estilo minimalista de siempre aunque en esta ocasión exacerbando sutilmente esa predisposición a hallar la belleza en lo trivial con el objetivo de destilarla de todo componente “típicamente cinematográfico” (cualquier atisbo de singularidad o de algún elemento que quiebre la vida mundana desaparece por completo para dejarnos en cambio la dialéctica de la repetición sin pompa ni caricaturas de por medio). Dicho de otro modo, la desnudez retórica de fondo parece ir detrás de la pureza del ciclo cotidiano de la existencia.

Muy en la tradición de Jarmusch, el film juega con los duplicados y las referencias internas al centrarse en Paterson (Adam Driver), un conductor de la línea 23 de colectivos de Paterson, New Jersey, quien disfruta escribiendo poesía en sus ratos libres ya que admira profundamente a William Carlos Williams, el conocido poeta de New Jersey cuya obra magna es -por supuesto- Paterson, un trabajo lírico épico que el susodicho escribió entre 1946 y 1958 para ensalzar al distrito en cuestión. La “no historia” examina su rutina diaria a lo largo de una semana: se levanta temprano todas las mañanas, se despide de su esposa Laura (Golshifteh Farahani) y su bulldog Marvin, en el trabajo escucha las conversaciones de los peculiares pasajeros, cuando regresa al hogar charla con Laura y finalmente saca a pasear a Marvin, un recorrido que una y otra vez lo lleva al bar de Doc (Barry Shabaka Henley), donde se toma unas cervezas y se topa con la idiosincrasia de los otros clientes.

El director y guionista posee un ojo quirúrgico para extraer la esencia de cada personaje con apenas un puñado de palabras y actitudes varias, una destreza que hoy exprime con la eficacia de los verdaderos maestros del séptimo arte: así de a poco descubrimos que Laura es una mujer encantadora que se la pasa pintando de blanco y negro todo lo que encuentra, con sueños de montar su propia empresa de venta de magdalenas y hasta interesada en aprender a tocar la guitarra, mientras que él gusta de convertir en poesía cualquier pequeño detalle del devenir suburbano de una metrópoli plagada de anécdotas que desde su óptica merecen ser incorporadas en esas crónicas literarias que construye con dos únicas y sencillas herramientas, una lapicera y un cuaderno liso. Jarmusch deja de lado cualquier valoración sobre la calidad o el talento de Paterson porque lo que realmente le interesa es la alegría que el protagonista siente creando un mundo artístico paralelo al laboral tradicional.

Cuesta creerlo a esta altura de la carrera del veterano cineasta, no obstante lo cierto es que en Paterson el estadounidense vuelve a sorprender al aislar los ingredientes más básicos de un planteo narrativo general ya de por sí diminuto y sobrio, definitivamente como parte de una estrategia que nos pasea por secundarios muy pintorescos (sus criaturas nunca se condicen del todo con la frustración atribulada clásica del indie de su país sino más bien con una especie de algarabía melancólica que suele combinar lo circunspecto y sereno con la locura liberadora) y hasta nos acerca a una noción de la inocencia que creíamos perdida en un tiempo hiper cínico como el presente (aquí no hay condescendencia o celebración pueril porque lo que prima es el retrato contemplativo de la vida real, esa alejada de los artificios de la industria del espectáculo). La química entre Driver y Farahani es maravillosa y -al igual que la película en su conjunto- prueba que la incorporación del ámbito laboral al desarrollo de personajes puede producir resultados tan placenteros como los que arrojaba en las propuestas del pasado, sobre todo las europeas, en las que el balance de los distintos aspectos de la vida de la clase obrera generaba ensayos muy poderosos acerca del humor, el cariño y las pequeñas satisfacciones que subyacen en el esquema de la reiteración diaria…