Pase libre

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Los Hermanos Farrelly según pasan los años

Si la Nueva Comedia Americana (NCA) está instalada cómodamente y hasta generó un canon que casi todo el mundo acepta, con películas como Tres es multitud (1998, Wes Anderson), El hijo del diablo (Steven Brill, 2000), Zoolander (Ben Stiller, 2001), Virgen a los 40 (Judd Apatow, 2005), Supercool (Greg Mottola, 2007) o Cómo sobrevivir a un rockero (Nicholas Stoller, 2010), sólo para nombrar unos pocos títulos y realizadores, los hermanos Peter y Bobby Farrelly bien pueden ser considerados pioneros en la renovación del género con Tonto y retonto (1994), Loco por Mary (1998), Irene y, yo... y mi otro yo (2000), Inseparablemente juntos (2003) y La mujer de mis pesadillas (2007).
Ahora bien, si la NCA se asienta en una visión del mundo donde todo puede y debe ser objeto de la carcajada más liberadora, de una risita irónica o al menos de una sonrisa involuntaria, buena parte de su efectividad se basa en la creación de personajes y relatos que tiene que ver con los problemas a la hora de crecer, ya sea con adolescentes en tránsito hacia el mundo adulto o como adultos que se niegan a ser tales.
Este es el caso de los protagonistas de Pase libre, un par de cuarentones obsesionados por el sexo (que casi no practican), rebosantes de fantasías sobre el excitante mundo que se despliega puertas afuera de su hogar (y que desconocen) y que definitivamente se sienten presos y agobiados por el matrimonio y sus respectivas familias (que por cierto, apenas registran).
Y ahí llega la carta blanca, el punto fuerte del film: las esposas del patético dúo les otorgan una semana de libertad para que los muchachotes busquen chicas, para que hagan lo que quieran y vuelvan a casa satisfechos y felices.
Estos elementos, aunque transitados desde siempre por la comedia de todos los tiempos, bien podrían ser abordados perfectamente por los Farrelly y encuadrarse de manera natural en la NCA. Sin embargo, la película es apenas una sucesión de gags hilvanados por una narración de trazo grueso, que ni siquiera se ocupa de delinear ni darle grosor a los protagonistas –Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jeena Fischer, Christina Applegate, todos extraordinarios comediantes–, con un incómodo costado conservador donde el sexo se vive con culpa puritana, los tips escatológicos están fuera de lugar y el humanismo, que camuflado detrás de tantos personajes freaks le dio entidad a la obra de los realizadores, aquí brilla por su ausencia.<