Partir

Crítica de María Eugenia D'Alessio - A Sala Llena

De amor, coraje y tragedia

Suzanne (Kristin Scott Thomas) tiene alrededor de cuarenta años y una vida casi perfecta; es esposa de un médico que le dio todas las comodidades materiales y un excelente pasar económico. Sus hijos, por los que ella dejó de lado su profesión para poder dedicarles todo su tiempo, son ya adolescentes. Suzanne quiere retomar su carrera, y aunque para su esposo Samuel (Yvan Attal) esto es un capricho, él le pone un consultorio propio. Allí conoce a Iván (Sergi López), un albañil simple, pobre, amable, del que pronto se enamora.

Personalidades detalladamente marcadas son las de los protagonistas de Partir. La historia relata la vida de una mujer que tiene todo, pero se ahoga; necesita vivir su propia vida, valerse por sí misma y demostrarse (a sí misma como a su marido) que ella es alguien y puede sola. A Suzanne se la ve débil, vulnerable, pero interiormente tiene una fortaleza y valor que asombra. Su marido es un hombre exitoso, tanto profesional como socialmente. Tiene claro que puede lograr lo que quiere y que es el dueño absoluto de todo, incluso, de la vida de su mujer. Es posesivo, machista y con un autoritarismo que disimula con gestos de condescendencia. En el otro extremo está Iván, un hombre trabajador que día a día debe luchar por su sustento. Estuvo preso muchos años y tiene una hija pequeña a la que su ex mujer no deja ver más que de vez en cuando. Iván se cruza en el camino de Suzanne en el momento en que ella se da cuenta de que sus hijos ya no la necesitan como antes y de que su vida no le es suficiente.

La directora –quien en otros filmes ha demostrado su interés por las heroínas- elige en este caso poner el centro de atención en el drama que la mujer debe enfrentar para lograr su propósito. La dependencia económica de Suzanne con respecto a Samuel es lo que hace casi imposible a la protagonista alejarse completamente del marido, a tal punto, que llega incluso a robar en su propia casa para poder subsistir.

La escenografía del film está cargada de significados, como para que no queden dudas del contexto en el que ocurre lo que allí se cuenta. La casa de Samuel es grande, sofisticada, cara, pero fría, casi vacía; sus paredes anchas y los ventanales de vidrio dan una sensación de encierro, la misma que siente Suzanne por dentro. La de Ivan en cambio es pequeña y lo que ella contiene es tan simple como su dueño; pero es suficiente como para sentir calidez. Nada más hace falta; se tienen el uno al otro.

Las escenografías aportan más valor aún. Caminatas junto al mar, una casa abandonada, la naturaleza, tomas amplias al aire libre; evocan la libertad y distención que los amantes sienten al estar juntos. Opuestos son los planos que abundan cuando Suzanne está con el marido: son más cortos, acrecentando la idea de encierro y poder de uno sobre la otra.

Partir es una historia de amor como las de las novelas clásicas. La protagonista se enamora y deja absolutamente todo, sin importarle nada ni nadie, por ir tras su amante y sentirse plena. El amante la contiene y siente culpa por las miserias que ella debe pasar. El marido engañado, por su lado, siente odio e impotencia porque acaba de perder algo –en este caso alguien- que le pertenece y para peor, le hace frente y se atreve a retarlo. El final, tremendo, es una muestra de que el amor siempre triunfa, a pesar de lo que cueste.