Paraíso: Amor

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Paraíso incómodo y poco edificante

Hace pocos años, cuando el Provincial de Mar del Plata todavía no había sido recuperado, el caminante que quería disfrutar de un paseo nocturno por la Rambla se arriesgaba a encontrar de pronto una larga fila de tipos parados a dos metros uno de otro, callados, expectantes frente a la parte posterior del hotel. Estaban ahí horas, esperando ser elegidos por algún cliente, cada tanto una clienta. Como aquellos, los morochos de esta película están a pleno día en la playa de los hoteles de lujo de Shanzu, Mombassa, al acecho de alguna clienta, o del tipo que venga, donde hay hambre no hay turista que se haga el duro.

"Paraíso: amor" nos muestra la aventura sentimental de una señora austríaca, gordita ella, por no decir tirando a obesa pero de piel suave, que va de vacaciones a un hotel de esa región de Kenya sabiendo que puede gozar un servicio verdaderamente "all inclusive". Si se anima o no se anima con las amenities del establecimiento y sus alrededores, si espera encontrar algo más que sexo pago y en negro, eso ya forma parte de los enredos del argumento, que son pocos y alternan entre lo desagradable y lo entristecedor. Esto no es una comedia.

El autor se llama Ulrich Seidl, vienés ajeno a los valses. Le gusta dar asco, es un auténtico provocador alentado por ciertos festivales (acá se vieron ésta y anteriores en el Bafici), y sabe atrapar a su público con imágenes incómodas y reflexiones obvias. Que la gorda se siente sola, que no se sabe quién se aprovecha de quién, que los europeos todavía se creen gran cosa, en fin, lo de siempre, dicho sin ninguna delicadeza. Y como ya lo han alentado, esta película es la primera de una auténtica trilogía, donde tres mujeres de la misma familia buscan de diversos modos la felicidad. Tras ésta "de amor", vienen "Paraíso: fe" (una loca se engancha con la religión, los manteros ya la venden) y "Paraíso: esperanza" (la gordita adolescente quiere bajar de peso, se vende en farmacias).

Cabe una sospecha. Suele ocurrir que ciertos autores de obras decididamente amargas sean personalmente unos tipos muy divertidos. Así que este tal Ulrich Seidl debe ser un piola bárbaro. Capaz que lo pasó muy bien durante el rodaje, y hasta se fue sin problemas con una o dos morochitas. Protagonistas, Margarete Tiesel y Peter Kazungu, que tampoco tienen pinta de demasiado serios.