Paraíso: Amor

Crítica de Fernando López - La Nación

En lo temático, este duro film del controvertido realizador Ulrich Seidl remite a Bienvenidas al Paraíso , aquella historia de Laurent Cantet sobre mujeres de cierta edad que buscaban satisfacer sus necesidades sexuales entre los jóvenes de las playas haitianas. Por cierto, más en lo temático que en su tratamiento. El realizador francés examinaba lo que hay de servidumbre, abuso y manipulación en las relaciones humanas y hablaba de dinero, clase y poder.

También lo hace Seidl en Paraíso: Amor al acompañar el viaje de esta obesa cincuentona austríaca que llega a Kenya en franco tren de turismo sexual, pero de un modo más descarnado, directo y perturbador, al punto que abundan las escenas explícitas difíciles de tolerar, no tanto por la desnudez de los personajes o porque haya en ellas erotismo u obscenidad sino por la crueldad con que se los expone a la humillación y la degradación.

Conocido por su fascinación por la fealdad de los cuerpos y de los comportamientos, Seidl inicia con este film una trilogía, cada una de cuyas partes corresponde a otras tantas mujeres de la misma familia que emprenden sendos viajes de vacaciones. Después de Teresa (un personaje que si logra despertar alguna empatía es gracias al admirable trabajo de Margarethe Tiesel) , vendrán Paraíso: Fe , sobre una misionaria católica, y Paraíso: Esperanza , sobre la hija adolescente de Teresa enviada a un campamento para someterse a una dieta para perder peso.

También es conocido el realizador austríaco por aplicar un método similar al de Mike Leigh, donde caben lo documental y la improvisación sobre ciertas bases establecidas. No hace falta reparar en que los personajes llevan sus mismos nombres para advertir que los esbeltos muchachos que aparecen en la película, los sucesivos compañeros de la protagonista, pertenecen al lugar donde se ha rodado el film.

Allí llega Teresa, aconsejada por una amiga que en Kenya se ha sentido deseada, o al menos tocada. No es la única que fantasea con esos esculturales morenos que cantan y bailan como salvajes, y ellos las guían en esos safaris carnales que no tienen tarifas establecidas, pero tampoco suelen ser gratuitos. Siempre hay alguna hermana enferma o un padre en el hospital o un primo accidentado para avivar la generosidad de las visitantes europeas.

Seidl no ahorra escenas chocantes, que no siempre se justifican, pero se encarga de mostrar que la línea entre explotadoras y explotados es más que borrosa y que de parte de ellas tampoco es clara la distancia entre la necesidad sexual y la de algún calor humano. Hay resabios del colonialismo en este comercio que a veces se manifiesta de la manera más abierta y brutal. La escena del cumpleaños de Teresa, con regalo vivo incluido, es de una violencia más que perturbadora; la callada desolación íntima de la protagonista, también. Son dos facetas que enriquecen al film y en cierta medida equilibran una obra cuya forma narrativa puede resultar algo episódica, pero de inusual potencia expresiva.