Pendejos

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Ituzaingó silente

En ituzaingó transcurre esta ópera de tres actos y una coda que como toda ópera no puede ser otra cosa que una historia trágica en la que las almas errantes y adolescentes del cine de Raúl Perrone se vuelven fantasmas o portadores de verdades que parecen no querer escucharse.

P3nd3jo5 por un lado es el opus número 30 del director y por otro un retorno a su cine de los comienzos pero también la apuesta al cambio y al experimento que significa mutar, transitar por caminos distintos sin perder el horizonte, la brújula y la esencia. Y es en ese sentido donde se potencia haber elegido un registro cercano al cine mudo precisamente para gritar a los cuatro vientos a este ituzaingó silente, con intertítulos, música incidental que mezcla la cumbia electrónica con lo clásico en una textura plástica que abraza la composición 4:3 y explota las virtudes expresivas del blanco y negro, los grises y algunas imágenes de una belleza y poesía inolvidables.

Se nota cada vez que la cámara sale a la calle o se esconde como cazador furtivo a la espera de sus presas: skaters –algo del film 180 grados se recuerda por momentos- que ensayan el salto al vacío; descreen del futuro pero viven con plena intensidad cada momento como este proyecto del realizador, absolutamente transformador, anárquico y de una potencia visual arrolladora.

Cuando la experiencia cinematográfica recupera para nuestras retinas títulos ya consagrados por el solo reflejo de encontrar en la pantalla cierto homenaje o indicio, aunque tal vez ninguno de ellos, no cabe otro modo de pensar que existe una sintonía extra cinematográfica pero que sólo se consigue a partir del hecho cinematográfico por eso el lienzo de esta cumbiópera –así la definió su propio autor- se ve salpicado por Dreyer en la inolvidable Juana de arco (1928) o tal vez Coppola y ese recuadro generacional que significó La ley de la calle (1983).

Todo está ahí en P3nd3jo5, hay que saber buscarlo y apenas dejarse elevar y descender por sus atmósferas densas, crudas, intensas pero de difícil indiferencia a la mirada. La de Perrone es lúcida y autoconsciente porque su poética permanece intacta.