Pendejos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Elocuentes postales de un microcosmos

Raúl Perrone ha hecho muchas películas. Y la oración anterior, la aserción lisa y llana, prueba que ha tenido razón. Cuando empezó, a fines de los ochenta-principios de los noventa, algunos eran reticentes a llamarlo cineasta y a llamar películas a sus películas. Hacía películas en video, no en fílmico (hubo una película de Perrone que se estrenó en fílmico, sin embargo: La mecha). Hoy estamos cerca de que no haya más fílmico. Y las películas de Perrone se ven y se escuchan cada vez mejor. Su apuesta fue el futuro.

De todos modos, Perrone no se hizo masivo, y no lo será con una película como P3nd3jo5, su película más larga (tres actos que podrían ser tres películas cortas), más ambiciosa, más excesiva y desmesurada. También la más impactante: una apuesta que es, entre otras cosas, un musical mudo: mucha música, diálogos escritos en forma de intertítulos, como en el cine mudo. Del cine mudo (y de las primeras décadas del sonoro) también es el formato de pantalla casi cuadrado -la proporción 4:3- y los cierres en iris (en redondo).

Perrone define a P3nd3jo5 como "una cumbiópera". La música (cumbia, ópera, rock) pulsa el ritmo, la cumbia electrónica minimalista (o más minimalista) funciona como ambiente acuoso y rítmico de estos skaters suburbanos. Pibes y pibas. Y Perrone hablaba de y filmaba a "pibes" y "pibas" antes de que esos términos fueran abusados y banalizados. Hay drama, hay disparos, hay blanco y negro, hay caminatas, hay chicos en las encrucijadas suburbanas típicas de Perrone, al borde de "mandarse una macana", en el peligro cotidiano y la posibilidad de alguna salida: un skate, una conversación desde el cordón mirando el cielo, alguna otra forma de escape.

Perrone, por su parte, marca en P3nd3jo5 una continuidad con su carrera, pero esa continuidad en su siglo XXI ha incluido por lo general nuevas pruebas en las formas. En este caso juega a mezclar un mapa estético temprano del cine (hay planos similares a los de la Juana de Arco de C.T. Dreyer, entre otras referencias) con su territorio habitual: el oeste del conurbano. Después de más de veinte años de carrera, está claro que Perrone se moldea a sí mismo mediante sus elecciones estéticas de cada momento, que se amalgaman con su mirada -cada vez más fina- sobre un mundo que él revisita contantemente y registra en su decadencia (Peluca y Marisita, de 2001 y Los actos cotidianos, de 2009, como máximos exponentes de un microcosmos cada vez con menos chances de salida).

P3nd3jo5, de todos modos, al optar por una estética mucho menos inmediata y más alejada del realismo, logra por momentos presentar los grises suburbanos como luces radiantes gracias a la música, las miradas, los travellings para las caminatas. Es una experiencia perroniana extrema, incluso para los seguidores del director: una película tan ardua como -a su manera, en su individualidad, incluso en su terquedad y desmesura- gratificante.