Olmedo: el rey de la risa

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Esta semana se cumplieron 31 años de la muerte de Alberto Olmedo, uno de los humoristas más importantes de la historia argentina, alguien que ha dejado un hueco en la comedia popular que nadie ha sabido llenar desde entonces. Es en este contexto que se estrena comercialmente Olmedo: El rey de la risa, que se presenta como un recorrido por la vida del actor que focaliza en el recuerdo de su núcleo íntimo y el legado que dejó en los referentes de la comedia moderna.

El documental realizado por Mariano Olmedo –hijo de Alberto– deja gusto a poco. De personalidad compleja y arremolinada, Olmedo es retratado a puro convencionalismo y lugares comunes, empezando por una impronta de docu-ficción en la que Mariano encarna a un alter ego ficticio que debe cancelar el rodaje de una película de su padre.

A partir de ahí, y con la conductora Marcela Baños en la piel de una periodista que entrevista al realizador en la “ficción”, Olmedo: El rey de la risa desanda cronológicamente la vida del actor, desde sus comienzos humildes en su Rosario natal hasta su llegada y la posterior explosión de su figura en Buenos Aires. Lo hace alternando imágenes de archivo televisivo con otras escenas recreadas especialmente para la ocasión, una decisión que emparienta al film a un documental televisivo.

Los entrevistados, por su parte, tampoco ayudan demasiado. A lo largo de los poco más de 80 minutos desfilan en pantalla sus hijos y varios actores que reconocen la impronta del rosarino como fundamental para sus carreras artísticas, entre ellos Diego Capusotto y Guillermo Francella. Son testimonios honestos y sinceros, pero que no van más allá del recuerdo cálido, las anécdotas personales o la elección de los personajes favoritos. El resultado es un film que funciona mejor como homenaje que como retrato del hombre detrás de la figura pública.